La editorial Navona sigue regalándonos maravillosas sorpresas. La última, muy reciente, ha sido el rescate de Bartleby, el escribiente, de Herman Melville.

Una pieza de por sí antológica que gana, además, con la extraordinaria traducción de Enrique de Hériz, en uno de sus últimos trabajos, poco antes de su lamentable fallecimiento.

Tristísimo, realmente, porque Hériz ha sido uno de los grandes señores de la literatura española. Yo tuve la suerte de disfrutar de él como editor, de leerle como escritor y traductor, pero, sobre todo, de admirarle como el admirable ser humano, inteligente y generoso, que fue.

Gran conocedor de la literatura universal, Hériz sentía debilidad por el autor norteamericano Herman Melville.

Ya a mediados del siglo XIX, cuando escribió Moby Dick, su obra cumbre, Melville había alcanzado una justa fama mundial, pero asimismo firmaría una serie de novelas extraordinarias, tan originales y profundas como la historia de la cacería de la gran ballena blanca.

Entre ellas, la más portentosa, por indefinible, Bartleby, el escribiente.

Su historia, inasible, inaprensible, como flotando en un limbo regido por las normas de la espera y la inacción, nos presenta un protagonista único. Un individuo, escribiente de profesión, que un buen día (bueno para él, malo para el dueño) es contratado por una gestoría.

El propietario de la misma, y narrador de la historia, le asigna una serie de encomiendas laborales, deberes y horarios que Bartleby acepta y cumple escrupulosamente, pero en cuanto le agrega una nueva tarea, su empleado, sin inmutarse lo más mínimo, seco y triste como un cactus en la oficina se le planta con la siguiente e inesperada respuesta: «Preferiría no hacerlo».

Días, después, cuando el jefe le propone, o le ordena, que haga otra cosa, que ayude en sus tareas al resto de escribientes, Bartleby volverá a responderle: «Preferiría no hacerlo».

El jefe, descompuesto, baraja la idea de despedirle, compartida por el resto de empleados, que no sintonizan con Bartleby, pero la impresión de abandono y soledad que emana de su nuevo trabajador acaban por compadecerle. Habla con él, trata de convencerle de que cambie su actitud, pero en cuanto le vuelve a ordenar una función distinta a las inicialmente pactadas, Bartleby torna a replicarle: «Preferiría no hacerlo».

Y así, detenida en esa extraña parálisis, irán transcurriendo las jornadas en esta kafkiana (pero mucho antes de Kafka) oficina.

Poco a poco el lector, a medida que va conociendo de Bartleby lo poco que él se deja conocer, llegará a pensar si, más que un personaje, no será una especie de símbolo, un arquetipo de un ser humano opuesto a las normas pero, al mismo tiempo, dueño de una normativa, de una jerarquía y disciplina propias.

Una lectura llena de interpretaciones, a cuál más desasosegante y rica. Y que deja en el aire una pregunta a nosotros mismos, sobre cuántas veces hacemos lo que preferiríamos no hacer.

Título: Bartleby, el escribiente

Autor: Herman Melville.

Editorial: Navona

Tradución: Enrique de Hériz