Cinco años de obras y un lavado de cara completo con un presupuesto cercano a los 70 de millones no han bastado para erradicar el fantasma de la colonización en el Real Museo de África Central de Tervuren (Bélgica). Los vestigios de Leopoldo II, el rey de los belgas que mandó colonizar la actual República Democrática del Congo y la convirtió en su patio personal de esclavos, todavía son visibles en el que a partir de ahora se conocerá como Africa Museum, que nace con una nueva narrativa para hacer olvidar un infame pasado colonialista que sigue atormentando a la monarquía belga. Hasta el punto de que el rey Felipe de Bélgica optó por no participar ayer en la ceremonia de inauguración organizada en vísperas de la gran reapertura, que tendrá lugar hoy domingo.

«Desde una perspectiva contemporánea, no hay más opción que concluir que el colonialismo, como sistema y forma de administración, es inmoral y tenemos que distanciarnos de ello. Obviamente lo condenamos», explicaba este jueves el director del museo, Guido Gryseels, durante una visita organizada para la prensa. Gryseels, que dirige la institución desde el 2001, admite que durante seis décadas el que ha sido conocido como el «último museo colonial» de Europa no había alterado la forma de presentar África Central -Congo, Burundi y Ruanda- ofreciendo a sus visitantes una «visión de superioridad» y supremacía blanca que había llegado la hora de cambiar, para contrarrestar esa narrativa racista y de violencia con una «visión crítica con el pasado colonial».

Ideado por Leopoldo II como herramienta de propaganda de un proyecto que le convirtió en multimillonario, el museo abrió en 1910, un año después de que falleciera. Su huella, sin embargo, sigue visible. «Es un museo histórico así que lemas como Bélgica lleva la civilización al Congo siguen ahí. No podemos eliminarlos porque la estructura del museo sigue siendo la misma. Lo que hemos hecho es contextualizarlo y explicar por qué está ahí, qué significa hoy en día y pedir a artistas contemporáneos que contrapongan los mensajes», prosigue.

REVISIÓN DEL PASADO

Esta gran rotonda, una especie de templo a la gloria del monarca con un busto de marfil descabalgado de ese simbólico lugar, alberga ahora una monumental escultura de madera de una cabeza africana vista de perfil, coronada por una rama de metal, que simboliza un nuevo comienzo, y erigida sobre un zócalo de bronce en contraposición a las esculturas cargadas de paternalismo que todavía rodean el espacio.

Fue esa ubicación lo que atrajo al artista congolés Aimé Mpane. «Lo interesante de este espacio es que en el origen había una estatua de Leopoldo II así que hacer algo para este lugar simbólicamente fue muy fuerte para mí. Mi maqueta fue seleccionada y tras varias discusiones llegamos a un compromiso», explica. Su objetivo no es buscar «la victimización, suscitar sentimientos de culpabilidad o enterrar el pasado», sino «hacer reflexionar» y mirar hacia el futuro.

El mismo objetivo que tiene la galería de la memoria, en cuya pared siguen estando los nombres de los 1.508 belgas que murieron durante los primeros años de la colonización, entre 1976 y 1908. Para contraponer esa realidad, el museo encargó al artista congolés Freddy Tsimba una instalación que recuerda a los millones de compatriotas que también murieron.

«Debería ir más rápido. Por eso trabajamos con el ministerio de Educación, para asegurarnos de que el pasado colonial forma parte del currículo escolar en secundaria. Hay muchos jóvenes belgas que no conocen la implicación de Bélgica en el Congo», admite Gryseels sobre un país con una población de origen africano que suma 250.000 personas frente a las 20.000 de hace unas décadas. «Gran Bretaña, Holanda o Francia facilitaron el traslado al continente y por eso son sociedades multiculturales desde hace más tiempo. En Bélgica no fue así. Por eso no es solo nuestro museo, es la sociedad belga la que todavía es mayoritariamente blanca», sostiene. El resultado es que hace 20 años no había un solo africano trabajando en la institución. «Hoy en día son el 8% de los científicos», dice.

En lo que no ha habido avances es en la restitución de obras al continente africano. «Estoy de acuerdo con el presidente Macron cuando dice que no es normal que el 80% de los objetos de arte africano estén en Europa. Es su historia, cultura e identidad y obviamente merecen estar en África», pero «estamos abiertos al debate y a la restitución», asegura Gryssens, que pone como ejemplo la existencia de proyectos de colaboración para digitalizar el archivo fotográfico del museo y devolver parte de las imágenes. «También estoy de acuerdo en que no debe haber discusión sobre los restos humanos que todavía tenemos aquí y que si hay una reclamación debe responderse positivamente» pero «todavía no hemos recibido ninguna petición concreta», asegura.

Las reclamaciones podrían empezar a llegar en cuanto la República Democrática del Congo inaugure su propio museo en el 2019. De hecho, el presidente congolés, Joseph Kabila, ya ha anunciado que es su intención. «La demanda estará sobre la mesa. Un mes antes de que terminen los trabajos, previstos para junio, habrá una petición oficial», explicó en declaraciones recogidas por el diario Le Soir. «Tervuren tiene un gran número de documentos que nos gustaría recuperar», anunció. El Senado belga se prepara ya para lanzar el debate.

Los responsables del museo aseguran conocer el origen de los objetos del museo, unas 80.000 piezas procedentes en su mayoría del Congo, entre las que se incluyen desde máscaras y obras artísticas hasta animales como el elefante Mona Lisa. Lo que no saben es cómo fueron adquiridas a nivel local por misioneros, comerciantes o militares; si fueron regalos, hubo transacción o fueron robadas a la espera de una investigación más profunda.