El cine y el coche mantienen una espléndida relación: atracos, persecuciones, road movies, carreras, comedias familiares. La saga Fast & furious es una muesca más. El automóvil en movimiento tiene un gran magnetismo cinético. Algunos de los mejores momentos de Érase una vez en... Hollywood, el filme de Quentin Tarantino de inminente estreno, consisten en el personaje de Brad Pitt conduciendo por Los Ángeles. David Lynch nos ha hipnotizado con un coche deslizándose por una carretera de noche en Corazón salvaje, Carretera perdida o Twin Peaks 3.

La cultura cinematográfica estadounidense está ligada al coche: los autocines fueron, en los años 50 y 60, una de las formas más populares de ver películas. Pero ya antes, fuera de EEUU, la velocidad (del automóvil y del tren) y el cine se erigieron en signo de la modernidad para Filippo Tommaso Marinetti y los futuristas. En el Manifiesto Futurista de 1909 puede leerse que hay en el mundo una belleza nueva, la belleza de la velocidad, y que un automóvil de carreras es más bello que la Victoria de Samotracia.

Las carreras de coches han dado pie a muchas películas, aunque pocas destaquen más allá de las piruetas de los bólidos conducidos por dobles o por actores tan enamorados de la velocidad automovilística como Marinetti: Paul Newman en 500 millas (1969) o Steve McQueen en Las 24 horas de Le Mans (1971). Peligro... línea 7000’ (1965) y Grand prix (1966) intentaron sin éxito dotar de carácter dramático al colectivo de corredores y sus amigos y esposas.

No ha sido así con los thrillers y las películas policiacas, donde la persecución en coche se convierte en protagonista de excepción, de Bullitt (1968) a Contra el imperio de la droga (1971), una destrozando ruedas, ballestas y tracciones por la montaña rusa de San Francisco, la otra con Gene Hackman conduciendo como un poseso por las calles de Nueva York siguiendo al metro elevado. En la relación entre coche y espacio urbano, añadamos un filme fascinante, Driver (1978), de Walter Hill, y el magnífico Taxi Driver (1976), de Martin Scorsese, en los que vehículo e individuo forman una asociación estrecha por distintos motivos, el del conductor que participa en atracos y el del excombatiente de Vietnam que conduce un taxi de noche porque tiene insomnio.

‘ROAD MOVIE’ SIN PAR / Hay road movies a caballo, en moto, en camión y en coche, relatos de conocimiento (Fresas salvajes, Luna de papel) o de migración (Las uvas de la ira), pero ninguna como Carretera asfaltada en dos direcciones (1971), en la que Monte Hellman se puso los ropajes de un Robert Bresson del indie estadounidense y relató el viaje hacia ninguna parte de dos tipos (encarnados por los músicos Dennis Wilson y James Taylor) que participan en carreras cortas y clandestinas con sus coches trucados. Hablando de carreras cortas, Nicholas Ray filmó la mejor posible en Rebelde sin causa (1955), momento trágico de culto teen al automóvil.

Punto límite: cero (1971), con guion de Guillermo Cabrera Infante, relata el viaje de Colorado a San Francisco de un individuo que alquila coches. Importa a quienes se encuentra en su itinerario, al revés de El diablo sobre ruedas (1972), en el que Steven Spielberg narró la inquietante amenaza que experimenta un solitario conductor perseguido por un camión del que nada sabemos.

COCHE ASESINO / En el fantástico y el terror, el coche también ha tenido episodios de gozo, del Plymouth Fury asesino de Christine (1983), la novela de Stephen King adaptada por John Carpenter, al Delorean de Regreso al futuro (1985), el Chevrolet Camaro en el que se transforma el Bumblebee de la saga Transformers o las mágicas invenciones de Aquellos chalados en sus locos cacharros (1965), La carrera del siglo (1965) y Chitty Chitty Bang Bang (1968). Y también abundan los vehículos con vida propia en el cine más familiar, de la saga del Wolkswagen Herbie a la animación de Cars, pasando por El coche fantástico.

Un automóvil puede simbolizar el cambio de era: los que atropellan mortalmente a los cow-boys de vieja estirpe en Los valientes andan solos (1962) y La balada de Cable Hogue (1971). El cine de atracos no sería lo mismo sin el coche como elemento central, desde Bonnie y Clyde (1967). Coches trucados en piruetas imposibles los hay a patadas, en La carrera de la muerte del año 2000 (1975) o Mad Max (1979). El coche y el autostop dieron pie a dos obras maestras fatalistas, Detour (1945) y The Hitch-hiker (1953). Un coche hasta puede dar título y sentido a todo un filme: Gran Torino (2008), de Clint Eastwood.