La obsesión es algo que siempre ha estado vinculado al proceso de hacer películas. La historia del cine está llena de directores que sudaron sangre de forma incansable con el fin de levantar proyectos fundamentados en la pasión. Y esas cualidades precisamente, la dedicación y la obsesión, forman parte del código genético de The lost city of Z, una épica amazónica que ha tardado varios años en ver la luz y que solo lo ha logrado gracias a que su creador, James Gray, mostró al hacerla un fervor similar al que derrocha el héroe que la protagoniza. Visto lo visto en la Berlinale, ninguna lágrima fue derramada en balde.

La película, presentada fuera de concurso en el certamen alemán, recrea la quijotesca historia real de Percival Fawcett (Charlie Hunman), un oficial del Ejército británico que un siglo atrás, acompañado de un grupo de hombres de confianza —entre ellos, en la película, un Robert Pattinson escondido tras una gigantesca barba— se adentró en territorios inexplorados de la jungla; primero, en calidad de cartógrafo; después, guiado por la compulsiva e insoslayable convicción de que las historias que había oído acerca de una ciudad antigua construida de oro eran ciertas. Mientras sigue sus pasos, Gray maneja elementos propios del cine de aventuras y los matiza elegantemente a base de coqueteos con lo metafísico.

CURIOSIDAD Y RESPETO

«Es algo más que la historia de un hombre blanco que va a la jungla», explicó Gray a la prensa. «Es el retrato de dos planetas distintos, uno de los cuales tiene la convicción de ser superior al otro». La sensibilidad del director frente a los aspectos inhumanos y explotadores del colonialismo convierte a The lost city of Z en una película excepcional sobre el descubrimiento del continente americano, que retrata una tribu de indígenas caníbales menos desde el miedo que desde la curiosidad genuina y el respeto absoluto. «No quise hacer una película de vocación antropológica ni ser condescendiente», reconoció Gray. «No se trataba de decirle al espectador: ¡mira que pintorescos son estos lugareños!».

Como muchos de los héroes previos del director —en películas como La noche es nuestra y El sueño de Ellis—, Fawcett es un ser humano arrojado a circunstancias más allá de su comprensión. Para él, Z es como Moby Dick para Ahab, aunque su obsesión no tenga nada de vengativa y mucho de entusiasta. La ciudad desconocida es la proyección de sus propios deseos y frustraciones. Su búsqueda no tiene que ver con la fama o la fortuna sino con cierta consciencia de su propio destino. «Se trata de la búsqueda de lo sublime», aclaró Gray. La lucha por vivir tan profunda e intensamente como sea posible.

FUERA DEL TIEMPO

La búsqueda de El Dorado es un asunto que el cine ha tratado sin descanso, y quizá por ello es inevitable que The lost city of Z evoque películas previas. Sus escenas fluviales recuerdan las de Aguirre, La cólera de Dios o La reina de África; sus momentos más fantasmagóricos a Apocalypse Now; la majestuosidad visual y el emotivo romanticismo podrían firmarlas Terrence Malick o Steven Spielberg.

The lost city of Z es una cinta fuera de su tiempo; si fuera posible verla despojada de todo contexto pensaríamos que fue rodada hace 40 años. Pese a ello, es cine relevante. «Y me gustaría que no lo fuera tanto», lamentó el director. «Si pensamos en la ola de nacionalismo que recorre el mundo, es fácil darse cuenta de que nada ha cambiado en cien años». Por supuesto Gray no fuerza el paralelismo. The lost city of Z avanza escuchando y observando más que buscando mensajes o epifanías. Es una película larga, y pondrá a prueba la paciencia de muchos espectadores, pero garantiza preciosos hallazgos a quien se atreva a explorar la frondosa imaginación de su director.