No hay forma de saber si Call me by your name, la nueva película de Luca Guadagnino, habría ganado el Oso de Oro de haber sido candidata al premio este año en la Berlinale en lugar de presentarse fuera de competición. Pero es fácil darlo por hecho. Cualquiera que se dedique a recorrer festivales de cine sabrá que las películas tan especiales como esta no se ven a menudo.

En ella Guadagnino ofrece un parsimonioso retrato iniciático que recuerda al mejor cine de Eric Rohmer; en concreto, observa el romance que un adolescente vive con el asistente de su padre en la fabulosa villa veraniega de la familia, y que eventualmente lo pondrá en la situación de decidir cómo encauzar su vida.

Las dos películas previas del italiano, Yo soy el amor y Cegados por el sol, eran ambas pura estilización forjada a base de agresivos primeros planos, montaje frenético y selecciones musicales resultonas. En esta ocasión ha decidido dejar de llamar la atención sobre sí mismo para concentrarla en sus personajes. Haciendo gala de la medida justa de paciencia y delicadeza, su cámara logra transmitir una mezcla única de sensualidad y vulnerabilidad.

El resultado es una historia carente de melodrama pero rica en el tipo de emoción honesta que trasciende orientación sexual alguna: Call me by your name es un canto al amor en todas sus formas, y a la idea misma de ese sentimiento como una parte esencial de nuestra humanidad a la que deberíamos aferrarnos cuando se cruza en nuestro camino. E incluye uno de los mejores diálogos entre padre e hijo de toda la historia del cine.

Haberse proyectado el mismo día que una obra maestra como esa es casi una injusticia para las tres películas presentadas hoy a competición. Entre ellas destaca The party, en buena medida por el desembarco de talento interpretativo en la alfombra roja que su estreno ha supuesto. Sally Potter toma a los actores y, usando como excusa diferencias ideológicas, enfermedades terminales, adulterios y rencillas de diversa índole, les da la oportunidad de lanzarse los unos a los otros dardos muy envenenados. Poco más de 70 minutos de misantropía que no dicen nada en particular de la naturaleza humana pero resultan francamente certeros.

Concisión y economía son justo lo que le falta a Mr. Long, dirigida por el japonés Sabu. Mientras contempla los intentos de redención de un matón reconvertido en figura paterna, la película maneja la violencia, el sentimentalismo y el humor bobo. En lugar de buscar el equilibrio, prefiere incluir cantidades excesivas de cada uno. En todo caso, como suele decirse, mejor pasarse que no llegar: Bright nights, del alemán Thomas Arslan, pasa hora y media observando a un padre y un hijo viajando en coche y no llevándose bien, sin explicar en ningún momento por qué su anodina circunstancia debería importarnos.