La palabra genio suele manejarse con ligereza al hablar de artistas, pero a Django Reinhardt le encaja como un guante. El guitarrista belga es uno de los grandes innovadores de la historia de la música: en los años 30 creó el estilo hoy conocido como gipsy jazz, y lo hizo superando barreras tan imponentes como su origen gitano y el accidente que le dejó media mano izquierda paralizada. Considerando que además llevó una vida atribulada, podría decirse que es prácticamente imposible hacer sobre él una película aburrida. Vista así, la película con la que este jueves se ha abierto la Berlinale tiene mérito. Dudoso, sí, pero mérito al fin y al cabo.

Es comprensible, conste, que los responsables del certamen escogieran 'Django' como película inaugural. Está ambientada en medio del nazismo -un tema que a la Berlinale le chifla- y además plantea conflictos plenamente relevantes. “Habla de la persecución que sufrieron los gitanos por parte de Hitler, y vivimos en un mundo lleno de gente a la que se proscribe y se margina”, explicaba hoy Étienne Comar, que con 'Django' debuta tras la cámara. Es posible que el festival hiciera primar esos factores por encima de la calidad artística a la hora de escogerla como apertura. La otra posibilidad, que no encontraran nada mejor, es preferible ni planteársela.

Django no es un 'biopic' al uso. No trata de documentar al detalle la evolución biográfica de Reinhadt sino que se centra en dos años de su vida, entre 1943 y 1945, para retratar su toma de conciencia respecto a los abusos sufridos por su etnia. Esa concreción permite al filme esquivar el tipo de clichés narrativos que en su día lastraron 'Ray', 'En la cuerda floja' y otras ficciones sobre músicos. Es un logro pírrico, eso sí, en tanto que Comar es incapaz de encontrar formas alternativas de generar tensión dramática. Si 'Django' fuera música, se parecería menos a las composiciones de su héroe -auténticos torrentes de emociones- que a la monótona música de ascensor.

Asimismo, hasta que su tercer acto amplifica de forma postiza y atropellada el volumen de las emociones y el de los gritos de los oficiales de las SS, la película apenas dota a sus villanos de capacidad de amenaza. El cine suele cometer el error de retratar a los nazis como caricaturescas encarnaciones del mal puro, pero el pecado de 'Django' es aún más grave: los hace parecer inocuos. A lo largo del relato sabemos lo mal que se lo hacen pasar a Reinhardt más porque los diálogos nos lo repiten que porque lo que sucede en pantalla así lo demuestre. Y también al fijarse en la música misma peca 'Django' de simplista: cuestiones como dónde radica el genio del guitarrista y la interacción entre sus vivencias y su arte son apenas esbozadas. Unos minutos de paseo por Google y Youyube resultan mucho más ilustrativos al respecto, y menos tediosos.