Que todo es relativo es algo que se demuestra en cualquier aspecto de la vida pero que en los palmareses de los festivales de cine se demuestra aún más. Y no solo porque los conceden grupos de personas cuyos gustos no necesariamente coinciden entre sí sino, sobre todo, porque en ese contexto lo que importa no es que una película sea la mejor sino que sus rivales sean peores. En otras palabras, de la película húngara On Body and Soul en la Berlinale ya no se acordaría nadie de haber participado en una competición medianamente decente. En lugar de eso, esta historia sobre dos almas heridas que tratan de conectar en un mundo que no les entiende se ha convertido esta noche en uno de los Osos de Oro más anodinos que el certamen ha concedido en sus 67 años de historia.

ABSOLUTA DEMENCIA

De todos modos, no es ese el motivo principal de que el reparto de galardones urdido por el jurado que presidía el cineasta holandés Paul Verhoeven sea una absoluta demencia. Lo más grave de su patinazo es que en realidad lo tenían bastante fácil. En la competición había tan pocas películas que destacaban, y además lo hacían de forma tan clara sobre el resto, que los jueces parecían no tener pérdida. En lugar de eso, algunas de ellas se han tenido que conformar con premios menores; otras ni siquiera eso.

En cambio, Verhoeven y sus secuaces han decidido otorgar el Premio Especial del Jurado a Felicité, de Alain Gomis, retrato de una cantante que lucha por sobreponerse a una tragedia personal mientras combate las dificultades derivadas de vivir en un barrio dejado de la mano de Dios de Kinshasa. Dadas sus patentes limitaciones dramáticas —que el amateurismo de las interpretaciones agrava—, es inevitable sospechar que los jueces o bien se sintieron fascinados por el exotismo del Tercer Mundo o bien sorprendidos de que en Senegal también hagan cine. En todo caso su galardón, segundo en importancia del palmarés, desprende cierto tufillo condescendiente.

DECISIONES GRAVES

Más grave aún es la elección de Pokot como merecedora del Premio Alfred Bauer a la Innovación Artística. De hecho, asociar a tal mérito una película como esa, que vendría a ser como la mezcla de un episodio especialmente malo de Se ha escrito un crimen con uno de los más flojos de Doctor en Alaska, suena directamente a chiste. Considerando que su directora es Agnieszka Holland, cabeza visible de la Academia del Cine Europeo, planea el tongo.

Es por debajo de esos tres títulos que la lista de ganadores empieza a tener sentido. Al Premio al Mejor Director concedido Aki Kaurismäki no se le puede poner ninguna pega. En The Other Side of Hope vuelve a hacer lo que hace siempre -—encadenar escenas mitad tristes mitad cómicas de personajes que hacen cosas absurdas en serio-—, pero lo sigue haciendo muy bien; el premio al Mejor Guión a Una mujer Fantástica es justa recompensa a una película que trata el asunto de la transexualidad de la forma más delicada posible, y el único motivo por el que el Premio a la Contribución Artística obtenido por Ana, Mon Amour es injusto es porque la película rumana merecía mucho, mucho más. Por último, los galardones interpretativos representan una de cal y una de arena. Por un lado, en On the Beach at Night Alone la coreana Kim Minhee está estupenda; por otro, el mérito esencial del trabajo por el que Georg Friedrich ha sido recompensado es que no tiene la culpa de que la película que lo contiene, Bright Nights, sea inane. Ante un palmarés tan despistado, en los despachos de la Berlinale se impone una reflexión.