Wajdi Mouawad nació en el 68 en una comunidad cristiana maronita del Líbano y se exilió con su familia a Francia, a donde regresó para instalarse después de pasar años en Montreal. Es autor de diversas obras de teatro que él mismo ha representado en ocasiones, como la tetralogía que, bajo el título de La sangre de las promesas, incluye Bosques, Litoral, Incendios y Cielos, aparte de fundar y dirigir dos compañías teatrales o encargarse personalmente de la adaptación cinematográfica de alguna de sus novelas. Es obvio que no estamos ante un novelista demasiado acomodaticio.

Ánima. Un hombre encuentra a su mujer muerta en casa. Asesinada y violada con toda la crueldad posible. Se obsesiona con conocer al culpable. Nada que ver con la clásica trama de venganza. Solo quiere saber que no la ha matado él mismo. Es una curiosidad aparentemente simbólica, mero fruto del aturdimiento que genera el dolor y de la voluntad literaria de Mouawad de llevarnos a un territorio moral indiscutible: el de la violencia enraizada en la cadena vital de los hombres.

La búsqueda obsesiva del culpable tiene por brújula una curiosidad obsesiva que el autor se encarga de trasladar con brutal eficacia a los lectores. Y lo hace por medio de una estratagema sencilla y ambiciosa a la vez: reparte la narración entre una larga serie de animales que van presenciando los hechos. En capítulos brevísimos, asistimos a todo lo que ocurre a través de los ojos de cuervos, perros, arañas, mariposas, moscas, gatos, osos, monos, serpientes...

NATURALIDAD COMO LEY El lector que supere la extrañeza (o hasta el rechazo) inicial se sorprenderá al comprobar la naturalidad con que ese mecanismo narrativo se convierte en ley, hasta el extremo de que en algún momento no solo aceptamos que se nos cuente así la historia, sino que ya sumergidos en ella nos parece que no se podía contar de otra manera.

El título de cada capítulo nos anuncia cuál es el animal que va a hablar, pero lo hace con su denominación científica en latín, proponiéndonos así una doble adivinanza: ante la mención de un canis lupus familiaris nos costará bien poco saber que es un perro, pero si quien habla es un sus scrofa tendremos que escoger entre acudir de inmediato a internet para saber quién cuenta ese capítulo o confiar en que el autor se encargue de sembrar de pistas el texto. Se dobla así la curiosidad que acompaña a toda lectura: no solo queremos saber qué va a pasar, sino quién nos lo está contando en cada momento y cuál es la coartada que le permite hacerlo.

BRUTAL Y SUTIL Pero Ánima es mucho más que un ejercicio brillante sobre la flexibilidad del punto de vista. Es una novela que busca la complicidad del lector por medio de factores no necesariamente cómodos: un desasosiego, una intriga, un despojo del paisaje y de su gente, una noción inquietante de la naturaleza humana.

No teme asomarse a la brutalidad, pero está llena de sutilezas sabias que le aportan ironía, humor incluso, hasta un punto de ternura. Quien busque esa clase de experiencia obtendrá el premio de un texto destinado a resonar en su mente mucho tiempo después de terminar la lectura. Quien lo rechace hará bien en poner la televisión a cualquier hora en busca de un entretenimiento mucho más ligero.