A menudo, Robert Zemeckis se ha interesado más en hacer las películas que los avances técnicos posibilitaban que las que el sentido común aconsejaba. Aquí recrea la historia de Mark Hogancamp, que construyó una ciudad de la segunda guerra mundial en su patio trasero usando figuras de acción tras sufrir una paliza que le causó daños cerebrales. Es una historia fascinante, y por eso es una pena que Zemeckis la use como mera excusa para filmar a los muñequitos y poco más se puede contar, la verdad; no tanto, eso sí, como su decisión de convertir a un hombre traumatizado en un remedo aún más ñoño de Forrest Gump. El resultado es su película más rara, y tal vez la peor. NANDO SALVÀ