Llevamos cinco días viviendo en el 2019. Son pocos, pero suficientes para darnos cuenta de que ya hemos alcanzado un momento relevante en el cine de ciencia ficción. En el 2019 acontece la acción de Blade Runner, filme realizado por Ridley Scott en 1982 a partir de una novela corta de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, publicada en un año crucial para las revueltas culturales, 1968. Curiosamente, el texto de Dick transcurre en 1992, 10 años después de la realización de la película, un tiempo ya superado, aunque algunas reediciones lo han ambientado en el 2021. No es casualidad. Muchos de los aspectos que plantea Dick en su relato no habían sido alcanzados en 1982 pero son realidad en el 2019 y es plausible que sean superados en 2021.

Scott y sus guionistas hicieron una adaptación libre, incluido el cambio de título: está tomado de dos novelas, The bladerunner (1974), de Alain E. Nourse, y Blade Runner. A movie (1979), de William S. Burroughs. Creyeron en las expectativas que en 1982 podían albergarse respecto a los primeros años del siglo XXI. Siempre es un ejercicio interesante: imaginar que aspectos de las películas más influyentes de la ciencia ficción serán realidad cuando rebasemos aquella fecha, entonces futura, en la que fueron ambientadas.

Pasó con 1984, la novela de George Orwell de la que se rodó una adaptación en el mismo 1984 que ya no resultaba tan distópica. Pasó con 2001: Una odisea del espacio, tan vigente cuatro décadas después de su realización. Pasará sin duda con Metrópolis, la obra maestra silente de Fritz Lang dirigida en 1926 y ubicada en el 2026. Y pasa ahora con Blade runner, la película que tomó el relevo de Metrópolis en cuanto a los conceptos escénicos y arquitectónicos de las ciudades futuras. Ese futuro ya está en buena medida aquí.

MANIPULACIÓN DE LA MENTE// La creación de memorias está cerca

Los robots Nexus-6 han sido diseñados en el filme a imagen y semejanza del hombre, pero son esclavizados pese a ser iguales o incluso superiores a los ingenieros genéticos que los crearon. Es un tema muy habitual en la obra de Philip K. Dick, como en la de Isaac Asimov, así como la manipulación de la mente y la implantación de recuerdos o vivencias falsas, bien presentes en otros relatos de Dick llevados al cine: Minority report y, sobre todo, Paycheck, en la que se borra de la memoria de los científicos todo rastro de los trabajos tecnológicos que han desarrollado, y Desafío total, en la que su protagonista, Schwarzenegger, acude a una empresa para que le implante falsos recuerdos de una estancia en Marte ya que no puede costearse un viaje real a este planeta.

Más que equipararse con la realidad actual en materia de robótica, biología sintética, genética o realidad virtual, Blade Runner lanzó en su momento algunas ideas sobre las que se está trabajando, caso de la creación de memorias falsas. Lo que pueden plantearse los científicos actuales es lo que plantea el filme: ¿es ético? 22 años después de Blade Runner, Michel Gondry contó en ¡Olvídate de mí! la posibilidad de borrar selectivamente parte de los recuerdos de la mente humana, por ejemplo aquellos que atañen a la persona amada de la que te has separado: implantar la felicidad y borrar el trauma sentimental.

LA CIUDAD// Superdesarrollada y a la vez atávica

El relato de Dick transcurre en una despoblada San Francisco. Scott ambienta la historia en una superpoblada Los Ángeles: un monstruo demográfico plenamente actual debido a la explotación inmobiliaria o el turismo masivo. El filme siempre ha sido considerado un trabajo realista de ciencia ficción. Uno de sus decoradores decía que no era una película de ciencia ficción sino una reconstrucción histórica. Se inspiraron en zonas de Hong Kong, Nueva York y Milán. Los arquitectos e interioristas Quim Larrea y Juli Capella escribían en 1988, en un libro colectivo dedicado a la película desde distintas perspectivas arísticas, que Blade Runner preconizaba la arquitectura sucia y caótica de las grandes urbes y su acumulación irreflexiva de nuevas construcciones. Nada que ver con la arquitectura ordenada del 2001 de Kubrick. El filme de Scott lleva el concepto high tech hasta nuestros días, haciendo también que la tecnología conviva con lo atávico.

En el mismo libro, el escritor Vicente Molina Foix afirma que el filme «nos propone la imagen de un 2019 superdesarrollado, convertido en reino de la acumulación no restrictiva, crisol y cubo de basura de todos los iconos, despojos y conquistas, lenguas, metalenguajes, sueños y vergüenzas del hombre y la cultura anteriores. Arquitectura -y trazado ético- que los realizadores de la película llamaron, como propuesta de trabajo, retro-fitted (retro-adaptable)». En algunos de estos aspectos, Blade Runner se ha quedado corta. Como casi siempre, la realidad supera a la ficción.

Scott y Syd Mead, acreditado como futurista visual, llegaron a la conclusión de que en el futuro, desde la perspectiva de 1982, el cableado de electricidad, teléfono o aire acondicionado sería más práctico de situar en el exterior de los edificios para acceder mejor a los cables en caso de reparación. No existían, claro, la fibra óptica para internet y otras conexiones. El tiempo también les ha dado la razón. Tampoco está de más recordar que los sushi-bars en plena calle, como al que acude el cazador de replicantes interpretado por Harrison Ford, podían ser habituales en Oriente pero no resultaban familiares en la cultura occidental, como sí lo es ahora la llamada street food de clara inspiración oriental.

TECNOLOGÍA Y VIGILANCIA// El control total es el pan de cada día

Los aparatos telemáticos que muestra Blade Runner forman parte hoy de nuestro paisaje habitual. Un buen ejemplo: la secuencia en la que el protagonista escanea y amplia una fotografía con un sistema entonces revolucionario hasta revelar, oculta en una de las esquinas del encuadre, la imagen de una mujer imperceptible al ojo humano. La idea está tomada de Blow up, de Michelangelo Antonioni cuyo protagonista revela y amplia sucesivamente una foto tomada en un parque hasta descubrir un cadáver. Pero Scott aplica una sofisticada tecnología que conecta plenamente con la imagen digital actual.

Los coches voladores de la policía son heredados de Metrópolis y serían empleados en El quinto elemento, de Luc Besson, pero en Blade Runner preconizan una concepción de la vigilancia total, «desde las alturas». El concepto ya estaba en 1984, pero ahora, debido a las cámaras que lo controlan todo desde cualquier ámbito, resulta aún más vigente.

El paisaje audiovisual de la cinta es intercambiable con la realidad de una gran urbe del siglo XXI: los letreros luminosos con marcas de publicidad, las grandes pantallas de vídeo en las calles más concurridas (donde vemos el rostro gigantesco de una geisha en plena arteria angelina, la mezcla de dos culturas, Oriente y Occidente, Los Ángeles y Tokio), los semáforos que ya no son simplemente rojo, ámbar y verde, sino que contienen dibujos y señales con las que el transeúnte y el conductor están familiarizados. En el filme de Scott, las llaves son sustituidas por tarjetas, como ocurre hoy en los hoteles.

EL VESTUARIO// Una estética con poso clásico que no caduca

El modisto Antonio Miró, otro participante en el libro sobre Blade Runner, decía que uno de los grandes logros del vestuario del filme es su extemporaneidad: la película demuestra que ciertos hábitos en el vestir siguen siendo los mismos, creíbles entonces y ahora. Sin duda tiene mucho que ver el carácter de fusión entre ciencia ficción y cine negro que propone la película: un detective cuya camisa y corbata remiten al film noir clásico, aderezado con una gabardina que implica un toque de modernidad, el carácter escéptico del personaje, el recurso de la voz narrativa en primera persona (que desapareció en montajes posteriores), la ambigüedad propia de las mujeres fatales del género que emana del personaje de Sean Young...

Blade Runner demuestra que hay modas que no son efímeras. Según Miró, «¿Qué es lo menos efímero? Pues en un hombre, la americana, la camisa, la corbata... Eso es lo que nos sorprendió a todos un poco: comenzar a ver una película ambientada en Los Ángeles en el 2019 y ver que la primera escena, en la que un detective entrevista a un replicante, aquel viste con un traje perfectamente común. Ese contraste sorprende, pero se desprende de una reflexión según la cual la moda, cuando responde a un buen diseño, perdura. Algo, en fin, que en la película queda claro».