Desconcierto en el entorno industrial de Björk: la islandesa se descuelga esta vez con un disco prácticamente vocal, con unos pocos aditivos instrumentales (programaciones, un piano, un gong). Medúlla (médula, en islandés), que saldrá a la venta el próximo 30 de agosto, es un viaje a un humanismo atávico, lleno de insinuaciones, vaporosas voces superpuestas, gemidos sobre tramas rítmicas... Björk, pura y dura.

Ayer habló del disco en un hotel madrileño. La diva aparece mordisqueando una manzana, con una especie de batín azul, coletas asimétricas y un bolsito esférico de color metalizado. Qué menos. "Me aburrí de los instrumentos, de trabajar con 50 personas en un escenario. Me até las manos a la espalda y busqué nuevos retos. Mi problema es que me aburro de las cosas con mucha facilidad", explica la intérprete islandesa con un gesto inocente de quien se sabe en condiciones de hacer lo que le place. "Me siento afortunada; es raro experimentar así en la industria del pop".

UN SONIDO ANCESTRAL

En Medúlla hay colaboradores: un coro islandés, Mike Patton (ex-Faith No More), Robert Wyatt, Mark Bell, Leila... Pero su identidad sonora es radicalmente björkiana. "He querido buscar un sonido antiguo, ancestral". Y ofrece dos argumentos. El primero, su nueva maternidad. "Sentir mi embarazo, ser consciente del milagro del cuerpo humano, me llevó a buscar texturas físicas, musculares, como de dar a luz". El segundo, la política internacional.

"Es la primera vez que eso me influye. Quise viajar a una era anterior a las religiones, al patriotismo, a la política... Por supuesto, es una fantasía", explica la autora de Venus as a boy, que reside ahora entre Islandia y Nueva York. "Después del 11-S, esa ciudad daba miedo; parecía la Alemania nazi. Desde mi ventana contaba 27 banderas norteamericanas. Pero las cosas están cambiando. Hasta se publican artículos críticos con Bush", asegura.

Los sonidos que Björk plasma en el disco vienen directamente de su cabeza. Da, eso sí, algunas pistas sobre algunas experiencias vocales de otros artistas que le dejaron poso. "Descubrí por internet unos discos increíbles de canto tirolés --asegura--. Y luego está Spike Jones, que hacía sonidos con la boca, bufonadas de comedia; era interesante".

REFERENCIAS

Podría pensarse que los paisajes oníricos de los discos de Robert Wyatt son otro referente. "Sí, pero especialmente la pieza Experiences No. 2, de John Cage, que él cantó. Si la escucha y luego pone Medúlla, observará algunas conexiones. Por otra parte, me avergüenza admitirlo, pero sus discos propios los he escuchado poco", explica la islandesa.

Medúlla es, según relata, el resultado de un proceso mutante, sin un concepto preestablecido y más sujeto a la improvisación de lo que parece. "Lo empecé pensando en ritmos electrónicos, en instrumentos... --revela--. Luego grabé el coro y pensé: ´¡Un momento!´. Surgió la idea del concepto vocal, que no estaba planeada. El propio disco lo pidió, a diferencia de Vespertine, en el que apliqué las reglas aprendidas en los años anteriores". Parece que explicar con palabras el sentido de Medúlla le sorprende a sí misma.

"Es que comencé a hablar de él hace una semana. Cuando trabajo, no pienso en el concepto del disco; es ahora cuando me pongo a hablar intentando parecer inteligente", ironiza. Seguramente se estaba mejor en Gomera, donde grabó parte del disco, que atendiendo a periodistas. "Es una isla perfecta: volcánica, sin turistas, donde puedes cantar y gritar sin que nadie crea que estás loca. Un poco como Islandia".