La última película presentada a concurso en la 66ª edición del Festival de San Sebastián dejó ayer el mismo sabor inconfundiblemente amargo que dejó hace ocho días la primera, la comedia romántica El amor menos pensado.

Ópera prima como directora de la actriz noruega Tuva Novotny, Blind Spot (la traducción sería algo así como Ángulo muerto) es un drama familiar pretendidamente demoledor sobre una madre cuya vida de repente es sacudida por la tragedia, narrado a través de un único plano secuencia de nada menos que 98 minutos. Habrá quien de entrada considere que hablar de algo tan trágico como la enfermedad mental infantil echando mano de tamaña virguería formal tiene algo de inmoral, pero en todo caso el gran problema de Blind Spot es mucho más simple.

Hacer transcurrir una película entera en el interior de un único plano solo tiene sentido si el alarde técnico y coreográfico permanece al servicio de la historia; en el mejor de los casos, para entendernos, el espectador ni siquiera debería percatarse de él.

Aquí se da el caso diametralmente opuesto: lo que sucede en pantalla es tan falto de ritmo y está tan lleno de escenas alargadas y diálogos terribles -Tuva Novotny sin duda tuvo que pasar por alto todos esos errores para no tener que gritar bien alo un «¡Corten!»- que mientras lo contemplamos nos es imposible dejar de pensar siquiera un instante en cuánto habría mejorado la película de estar montada a la vieja usanza. También habría hecho falta, es cierto, que su interpretación central no fuera tan histérica e histriónica como la que ofrece la actriz Pia Tjelta; su intención es hacernos polvo, pero solo logra que nos tapemos los oídos.