Quizá el movimiento cultural antibrexit no se hiciera oír tan alto y tan a menudo como el que intentó evitar el salto de Trump a la Casa Blanca. Pero existir, existió. Iconos del mundo del arte se sumaron a la campaña Britain Stronger in Europe (BSiE). Hubo canciones protesta de grupos sin pelos en la lengua como Idles, Goat Girl o Shame. Las grandes figuras de la farándula se pronunciaron generalmente en contra, aunque hubo leavers tan ilustres como John Cleese, de Monty Python, y Sir Michael Caine.

Entre los remainers más apasionados estaba Benedict Cumberbatch, quien lideró con Sir Patrick Stewart el llamamiento de 280 artistas contra la salida del Reino Unido de la UE. Ahora protagoniza Brexit: la guerra incivil, un telefilme que la pasada semana estrenó la cadena británica Channel 4 y que podrá verse en HBO en otros países, incluyendo (desde ya) el nuestro.

La película de Toby Haynes se introduce en las maquinaciones de los estrategas políticos Matthew Elliott y Dominic Cummings, algunas poco conocidas, como cerebros de la campaña Vote Leave, aquella que logró (junto con la más fascista del antiguo líder del UKIP Nigel Farage) convencer a un 51,9% de votantes para arrojar el sueño europeo a la papelera.

Basándose, avisa una introducción, en «hechos reales y en entrevistas con personas clave que formaron parte de ellos», la película explica las dudosas estrategias de Vote Leave a través, sobre todo, del punto de vista de Cummings, que no queda claro si es genio político o peligroso iluminado: ¿ambas cosas? Como lo encarna Cumberbatch, al espectador le parecerá sobre todo lo primero, pura inteligencia. Cada vez que el personaje rompe la cuarta pared para hablarnos, uno solo puede escuchar y creer.

LAS PRIMERAS REACCIONES

El guion del experto en dramas políticos James Graham habla de un líder inspirado por Napoleón, Otto von Bismarck y Alejandro Magno, «¡los mayores agitadores europeos!», pero que, lejos de quedarse en el libro de texto, salía a la calle para tomar notas de los deseos y, sobre todo, fobias de los ciudadanos. Para ganarse a los indecisos recurrió a la herramienta principal de la nueva política: el caos digital.

En la mejor escena de la película, Craig Oliver (director de comunicaciones de David Cameron) acusa a Cummings de alimentar «una cultura tóxica en la que nadie volverá a creer o a confiar en nada». La conversación tiene lugar en un pub, en el triste día del apuñalamiento con tiroteo que acabó con la vida de la diputada Jo Cox. Es una escena oscura en todos los sentidos. Pero en sus primeros tramos Brexit tantea los terrenos de la sátira, y sin la brillantez de un Armando Iannucci (La muerte de Stalin). Farage, el donante del UKIP Arron Banks o Boris Johnson son aquí caricaturas de una caricatura. Y todos sabemos lo que pasa en política cuando no se toma en serio a los bufones.

La superficialidad a la hora de abordar ciertos personajes y cuestiones ha incomodado a la crítica de The Guardian Lucy Mangan, para la que Brexit «toca todas las cuestiones principales sin profundizar en ninguna». Pero Hugh Montgomery, de The Independent, la celebra por ofrecer «alguna clase de perspectiva manejable sobre una nación rabiosa gobernada por charlatanes y manipulada por algoritmos».

Este (raro) ejemplo de cine urgentemente político recibió críticas antes de su estreno: ¿demasiado pronto para una película del brexit? No, según su guionista: «Rechazo completamente esa idea», dijo Graham en The independent. «Durante miles de años ha sido el trabajo de los dramaturgos insertarse a sí mismos en el epicentro de momentos nacionales difíciles y ayudar a la gente a interrogarse sobre ellos».