A Javier Krahe y a mí nos unió Georges Brassens. El cantautor francés se convirtió en aquellos años, en un salvoconducto para descubrir afinidades y estrechar lazos; si observabas que un tipo canturreaba La mala reputación es que había certeza de que podríais hacer buenas migas. A Javier lo descubrí en La Mandrágora cantando La tormenta. Supe que haríamos buenas migas. Corría y se las pelaba el año 1981.

Luego nos hemos visto mil veces. Una de ellas fue memorable: con el Magras, el Pepe y el Bob, montamos un homenaje a La Mandrágora, y tuvimos la osadía de llevarlo al gran Clamores de Madrid. Por sorpresa se presentó Javier, y pagó su entrada por escuchar sus canciones en bocas de otros. ¿Qué pensaría? Nunca lo supe porque Krahe era a menudo hermético con sus sentimientos.

Se me hace no solo insoportable pensar que este hombre que nos ha hecho tan felices, que ha cantado tantas veces a la negra dama, que incluso compuso una canción para repasar las mil maneras de morir en La hoguera, se nos haya ido sin despedirse. Nos deja un vacío tan enorme que tardaremos años en habituarnos a su ausencia. Que te lleve el enterrador al cielo, si hay dios.