Que tengas suertecita", suele cantar Bunbury en sus conciertos, y eso mismo le pudieron gritar en la noche del sábado sus fans en Madrid en el poderoso concierto que cerró la gira mundial del carismático músico aragonés antes de que en 2015 se aleje de los escenarios para dedicarse a otros proyectos, tal y como él mismo ha anunciado.

Un círculo rojo rodeaba el 20 de diciembre en la agenda del zaragozano Enrique Bunbury. Madrid era el último concierto de Palosanto tour y también último de un 2014 agotador, en el que ha girado sin parar por España y América (incluido un tramo mexicano con Andrés Calamaro) para presentar Palosanto, un álbum en el que después de "gambetear" con los ritmos y músicas americanas retornaba con galones al rock.

Pese a que el músico aragonés ya actuó en la capital el pasado verano, el Barclaycard Center (antiguo Palacio de Deportes) presentó el sábado una muy buena entrada aunque no llenó su formato medio, que tiene una capacidad para cinco mil espectadores.

EL CONCIERTO

Un ritmo de vals precedió la entrada de Los Santos Inocentes, su inseparable banda, antes de que el cantante apareciera, por efectos audiovisuales, como un extraterrestre para dar un golpe en la mesa y provocar con la potente Despierta los primeros coros de la noche de un público que se sabe las letras de Enrique Bunbury y las canta como si fueran salmos bíblicos.

Enchufado desde el calentamiento, como un boxeador dispuesto a devorar el ring a puñetazos, Bunbury dio la bienvenida a El club de los imposibles para después decir al público que lo que allí había montado era "una pequeña gran fiesta".

Con una carrera tan rica, variada y arriesgada en solitario, Bunbury puede permitirse el lujo de rescatar canciones de su debut Radical sonora (1997) y acometer al rato un tema tan fresco y reciente como Hijo de Cortés sin que haya un punto en el que flaquee su show. Porque al margen de estilos y etiquetas, su voz sin anclajes, excesiva e imparable, sigue siendo la marca de la casa junto una presencia escénica abrumadora.

Sobre un escenario que domina al milímetro, Bunbury baila sin parar, gesticula desafiante, entra en trance y mira al cielo en busca de insospechadas respuestas.

Se mostró a ratos como un intérprete feroz y afilado (muy contundente El hombre delgado que no flaqueará jamás) y apasionado y con alma romántica en otros pasajes (mención especial para Más alto que nosotros sólo el cielo).

Incluso hubo un momento para la nostalgia, con una terrenal y nada grandilocuente versión de Deshacer el mundo de los todavía añorados Héroes del silencio (de hecho, las camisetas del grupo eran todavía el sábado vestuario oficial del público madrileño que asistió al concierto).

El vistoso montaje audiovisual también puso su granito de arena, así como una banda tremendamente fiable, capaz de bordar el aire juguetón de El extranjero y el piano travieso de para crear unos ambientes cabareteros en los que Bunbury se siente tan cómodo como tumbado en el sofá de su casa.

Cada vez más crecido conforme avanzaba el concierto, el cantante clavó la emocionante De todo el mundo antes de afrontar la espacial Lady Blue, un homenaje más que notorio y meritorio a David Bowie.

"¿A lo mejor tenéis algo que hacer, a lo mejor habéis quedado con alguien?" dijo Bunbury ya en los bises con sorna a un público que tras numerosos "Enrique, Enrique" coreó "No tenemos prisa".

CON EL VIENTO A FAVOR

Todavía guardaba dos ases magníficos en el repertorio: una excelente y tal vez infravalorada Bujías para el dolor y una magnífica Infinito, descarnada canción de amores de cantina y ranchera que son la debilidad del artista.

Tras dos horas largas, Enrique Bunbury se despidió con El viento a favor después de un muy inspirado recital, en el que exhibió músculo y poderío, antes de su planeado descanso. Conociendo su trayectoria, cualquier predicción sobre cuál será el siguiente paso del camaleón aragonés parece condenada al fracaso de antemano.