Hay autores que enmascaran sus influencias por miedo a ser señalados. Y otros que, como Guillermo Busutil, se deciden a regalárnoslas en forma de libro. La cultura, querido Robinson (Fórcola, 2019) es eso. Un mosaico construido a partir las lecturas, pelí- culas y representaciones que han sido fundamentales en la educación de su mirada estética y creadora.

Muchos conoceremos a Busutil como director de la revista Mercurio, publicación de referencia en las artes y las letras de nuestro país. Pero tampoco podemos olvidar su larga producción como escritor y articulista. Con este libro, el autor nos invita a poner la cultura en su lugar, en un lugar donde no le sacudan las mareas del «IVA, la política y el descenso de las lecturas de calidad», «rodeada del líquido que la fertiliza», del público, nuestro compromiso, ahora que el resto parece haberle dado la espalda.

Desde Julio Cortázar a Javier Marías, pasando por las luciérnagas imaginadas de Ana María Matute o La imaginación ética de Victoria Camps. En una sociedad en la que solo el 5% de las obras expuestas pertenecen a mujeres, donde la eficiencia tecnológica ha desterrado la escritura de la educación, es necesario que hagamos de la cultura una isla de resistencia, un baluarte de lo humano, y que exijamos, como sentencia el autor, comunicarnos con ella.

Guillermo Busutil lo deja claro: sin prensa y sin libros nuestra lengua se pudre. Quedamos huérfanos al servicio de un poder que desplaza la duda, la capacidad de interpretar el mundo, juzgarlo, ordenarlo y darle nuevos significados. Porque eso lo que hacen las palabras, abrir ventanas con las que asomarnos al mundo. Y somos nosotros quienes debemos abrirlas, confiarnos a su vértigo, dejar de utilizarlas como mecanismo de evasión, que es en lo que parece que ha derivado el arte. Estamos ya cansados de fuegos artificiales, de que los actos creadores queden ensombrecidos bajo el paraguas del entretenimiento y de que se nos venda la libertad como un aumento en el catálogo de productos. Muchas veces los tragamos por inercia. Muchas veces, las más, entran en nuestras casas con la fecha ya vencida.