El 20 de agosto de 1937 la Comisión de Urbanización y Obras del Ayuntamiento de Barcelona oficializó la colocación de placas que acreditaban los cambios de nombre de diferentes calles de la ciudad que, en homenaje a personas ilustres y lugares destacados en la historia de las libertades del proletariado, vecinos y asociaciones habían llevado a cabo desde el 19 de julio de 1936. En la relación figuran, entre otros nombres, los de Lina Odena (Barcelona, 1911-Granada, 1936), primera mujer republicana que murió en la guerra, asistente de Dolores Ibárruri y responsable de un batallón exclusivo de mujeres dedicado a tareas logísticas; Marià Foyé (Barcelona, 1903-1937), periodista e impulsora del vuelo sin motor en Cataluña, que murió tras ser gravemente herida en el Frente del Ebro; o Elisa García (Barcelona, 1916-Sariñena, 1936), miliciana que participó como enfermera en una columna de la CNT en el Frente del Ebro; junto a los de García Lorca, Joaquín Maurin, Isidre Nonell, Ascaso... y Ramón Acín.

Ramón Acín (Huesca, 1888-1936) fue el primer fusilado por los rebeldes en la ciudad de Huesca, en las tapias del cementerio, el 6 de agosto, sobre las once de la noche. En septiembre, los responsables del Centro Obrero Aragonés en Barcelona solicitaron al Ayuntamiento de la ciudad que cambiara el nombre de la calle donde se encontraba su sede, Sant Pere Més Baix, en el barrio de Sant Pere y Santa Caterina, por el de Ramón Acín, a quien el Centro dedicó un homenaje en su Boletín del mes de octubre. El 6 de marzo de 1937 el diario de Caspe, Nuevo Aragón, portavoz del Consejo Regional de Defensa de Aragón, publicó varios artículos dedicados a Ramón Acín, entre ellos el de Francisco Ponzán, Los que no mueren, que decía: «No te defraudaremos. Tus hijas, Katia y Sol, verán en cualquiera de nosotros un pedazo tuyo, y en todos aquel mundo que les narrabas minutos antes de conciliar el sueño. No te olvidamos. Barcelona te dio una de sus calles. Nosotros, tus compañeros, tus discípulos aragoneses, te daremos una obra fruto de tu devenir por este terruño. Y algún día, pronto, en tributo de pleitesía te rendiremos el más grande de los homenajes: un pueblo libre sin amos y sin esclavos. Salud, Maestro.

UNA CALLE / Las gestiones del Centro Obrero Aragonés fueron efectivas y, durante los años de la guerra civil, Ramón Acín dio nombre a una calle en Barcelona, la ciudad a la que en vida se había sentido tan unido. De Barcelona era Conchita Monrás, su esposa, que el 6 de agosto fue también detenida y fusilada días más tarde, el 23, «entre las horas de trece a veintiuna a consecuencia de herida de arma de fuego...». Y como Acín recordó durante la presentación en 1928 de la muestra de fotografías de Ricardo Compairé en el Centro Aragonés de Barcelona, mucho era su afecto a la ciudad desde que la visitó por vez primera en 1913, de viaje a París. Fue entonces cuando conoció a Samblancat, que le animó a participar en la fundación del semanario La Ira -Órgano de expresión del asco y de la cólera del pueblo-. El primer número cayó como una bomba y el segundo les llevó a la cárcel. En 1923 comenzó a colaborar con la sección Florecicas en Solidaridad Obrera. Años más tarde, en diciembre de 1929, Ramón Acín expuso en las galerías Dalmau; y en 1935 fue uno de los artistas a quienes el pintor Eleuterio Blasco Ferrer (Foz de Calanda, 1907-Alcañiz, 1993) y el escritor y político José Aced (Alcorisa, 1908-Barcelona, 1997) solicitaron participar en el Salón de Artistas Aragoneses, organizado por el Centro Obrero Aragonés de Barcelona con motivo de la reforma de su local en la calle Pere Més Baix, nº 55, adonde se habían trasladado en febrero de 1931.

Eran buenos tiempos para el Centro Obrero Aragonés en Barcelona que, desde su fundación el 1 de marzo de 1914, asistió a un progresivo, aunque lento, crecimiento de socios; al contrario que el Centro Aragonés de Barcelona, creado el 10 de octubre de 1908, en lento declinar. El fin de la Dictadura de Primo de Rivera, la proclamación de la República y el impacto de la crisis del 29 explican, como ha analizado Antonio Peiró, entre otros especialistas, que en 1933 la cifra de personas asociadas en el Centro Aragonés fuera de 700, frente a las más de 3.000 del Centro Obrero Aragonés, que aumentaron a 3.500 en 1935, año de la profunda reforma del Centro. Ramón Toda, que había sido primer presidente del Centro y que en ese momento presidía la Comisión de Cultura, propuso, en junio de 1935, organizar una exposición colectiva de arte aragonés con el ánimo de evidenciar el talento y singularidad de los artistas aragoneses, ajenos a sentimentalismos y cuentos baturros. La comisión encargó la coordinación de la muestra a Blasco Ferrer que pidió compartir la tarea con José Aced, cuya influencia tan decisiva había sido en el asentamiento de sus ideales libertarios desde que se conocieron en la Academia Alemany, en torno a 1930. La trayectoria artística e ideológica de Eleuterio Blasco Ferrer, y su participación en el Salón de Artistas Aragoneses, fue el tema de la tesis doctoral de Rubén Pérez Moreno, a la que remito. Pese al empeño de los coordinadores, la exposición no colmó las expectativas. La falta de respuesta aconsejó ampliar los plazos de admisión de obras y retrasar la inauguración al día 20 de octubre. Desde La Voz de Aragón se insistió en el esfuerzo de la iniciativa: «Si en Aragón se conociese cómo trabajan estos chicos del Centro Obrero, seguramente que tendrían que sentir sonrojo muchas de las gentes que en Aragón pretenden erigirse en orientadoras del país». Y Aced no dudó en manifestar la indiferencia de muchos artistas; entre ellos Ramón Acín: «... nos ha decepcionado: no parece sino que gaste una de sus acostumbradas humoradas mandándonos cualquier cosa cogida al azar de entre sus bártulos. Podía habernos mandado algo más digno para él y para nuestro Arte; su obra es un original raro trabajo, pero con poca sustancia». Según el catálogo se trataba de la pintura Figura, cuya estética Aced pudo no comprender. La cantidad de obras, 177 más 12 fuera de catálogo, de 66 autores, se impuso a la calidad. En cuanto al supuesto desinterés de Acín puede explicarse por la complicada situación política del Ayuntamiento de Huesca a la que quiso dar respuesta, en septiembre de 1935, ofreciéndose como alcalde. A partir de entonces todo se enturbió hasta oscurecerse.

El verano de 1937 marcó el final del Centro Obrero Aragonés de Barcelona, a cuya iniciativa se debió la rehabilitación del nombre de Ramón Acín. Un dibujo de Eleuterio Blasco Ferrer, fechado el 19 de julio de 1936, ocupa la portada del número de octubre de aquel año que el Boletín del Centro dedicó a su memoria.