La acción se desarrolla en Zaragoza y un poquito se asoma Roma, pero yo me he sentido transportado a muchas secuencias inmortalizadas por el cine clásico. Miradas aviesas, mentiras improvisadas, fatalidad con sabor a amor y reclusos que han terminado su reclusión son algunos de los ingredientes de este cóctel explosivo, en el que el juego literario no conoce reglas que lo limiten. Hay pasajes que requieren de una estructura teatral porque cada diálogo es un disparo que merece partir desde los dos puntos, mientras que en otras ocasiones, la mayoría, es la primera persona la que se adapta al interlocutor perfecto para ayudar a entender qué es lo que pasa por la mente de cada uno antes, durante y después del asesinato de una reconocida abogada que personajes y lectores han de resolver.

El encargado de la investigación es un inspector de policía, aunque por determinadas circunstancias que vienen al caso, a este en concreto, el detective Domínguez y La Yesi, su compañera de fatigas, se encuentran de repente inmersos en la tarea de esclarecer lo ocurrido y señalar al culpable, desoyendo la obviedad con la que muchos optarían por conformarse. Pero ellos jamás van al ritmo que marcan los tiempos, nada se aleja más de su estilo que callar y otorgar, nada más estúpido que dejarse llevar por el engaño de las apariencias. Y de nuevo, tal y como les ocurrió en narraciones precedentes que también protagonizaron, se convierten en estrellas de ficción, mostrándose duros e implacables, complementarios y amantes, exigentes y desconfiados, cálidos y gélidos, capaces de no girar la cabeza para mirar hacia atrás y de no abrir la boca para decir dulcemente lo que otros quieren escuchar. Excelentes personajes, herederos de aquel clasicismo tan ansiado en el que tras una puerta cerrada se ocultaba la privacidad y un silencio pesaba más que un torrente de palabras. Domínguez y la Yesi son divertidos e incorrectos, ponen acidez en las preguntas, rotundidad en las respuestas y entusiasmo en las hipótesis. Saben encontrarse sin necesidad de buscarse. Cada frase que comparten es una declaración, no sé si de amor, de intenciones o de lealtad. Quizás los tres caminos confluyen en uno solo, y ahí radica el secreto de su complicidad.

Es una historia en la que abundan los tipos duros, tanto los ejecutores como las víctimas, tanto cuando se trata de ellos como cuando se trata de ellas, dibujos muy bien perfilados cuyas existencias se siguen mientras que en la ficción se persiguen, y en ambos propósitos sin dificultades reseñables. Impregnada de buena música, de esa que las propias páginas irradian, pues incluso animan al tarareo siguiendo ritmos y letras, esta novela, titulada Ring of fire. El amor es algo ardiente, publicada por Cinca Monterde Editor y escrita por Alfredo Benedí, que vuelve a poner en primera línea a su exitosa pareja, construye a través de múltiples voces un mosaico de celos, ambiciones y anhelos cuyas piezas encajan a la perfección en un final que no deja de crecer.

Eso de los finales precipitados, que tantas veces hemos escuchado, no cabe aquí. Ágil y reflexivo, emotivo y emocionante, verosímil e imprevisto, en el desenlace las palabras de todos conforman un todo que ayuda a entender los azares que el destino pone en bandeja y que no hay manera de sortear. Y para llegar a él, otros tantos saltos en el tiempo que permiten conocer los planes futuros, incluso de quien ya no va a tener planes porque ya no va a tener futuro. Ese recorrido permite que tomen protagonismo aquellos que, relegados a un papel secundario, acaban formando parte de un reparto coral. Esta es una novela de personajes que no requieren de grandes florituras porque van directos al grano, que no tienen miedo a hacer de su intuición una afirmación que posteriormente se convierte en acusación. De ahí que la trama sea dinámica, sin aristas, sin esperas, sin disertaciones innecesarias que solo llevan al despiste, y se ajuste a la esencia del género policiaco, que tan difícil es encontrarlo en estado puro. No quiero terminar sin referirme al lenguaje utilizado por Domínguez y Yesi, esa jerga que tan bien los define y los impregna de naturalidad, de vida vivida, de vida que queda por vivir. Dichas expresiones se han descubierto ante mis ojos, y un placer añadido ha sido descubrirlas.