Hernán Migoya (Ponferrada, 1951) sigue ahora enfrascado en la serie que lleva a la viñeta, junto al dibujante Bartolomé Seguí, las novelas de Carvalho, el detective creado por Manuel Vázquez Montalbán, cuyo primer álbum, Tatuaje, publicó el año pasado. En su trayectoria figura la dirección de la revista El Víbora y títulos como el cómic Plagio, donde relató el secuestro real de una joven en Perú, y el polémico Todas putas, por el que en el 2003 le llovieron críticas de misoginia y apología de la violación. Y si en el 2011 rescataba y renovaba las nostálgicas historietas de Hazañas bélicas, este año presenta las Hazañas eróticas del cuarentón hijoputa (Dibbuks), todo un catálogo de aventuras y desventuras sexuales -no autobiográficas, aclara el escritor y guionista- del personaje del título, protagonista de los relatos -aquí recopilados 41- que ha ido publicado en la revista Primera Línea entre el 2013 y el 2017, ilustrados por el dibujante argentino, afincado en España, Santiago Sequerios (Buenos Aires, 1971).

Con prólogo de la sexóloga y feminista Leyre Khyal, ya desde la portada, con la imagen del cuarentón luciendo pene en lugar de nariz, el volumen no engaña. Canto explícito a la libertad sexual, al desenfado y la lujuria, a la celebración del placer compartido, reúne narraciones erótico-festivas en las que no falta el sentido del humor y donde el cuarentón hijoputa, explica Migoya, «se consagra al sexo y siente devoción en buscarlo en sus distintas formas (con mujeres, con hombres, en tríos, orgías)». «Yo, a través del sexo, saco lecturas satíricas del mundo y la sociedad de hoy. Es un prisma a través del cual me río de todo, un poco como Vázquez Montalbán volcaba su vena ácrata y subversiva en Carvalho», añade.

amistad desde los años 90 / Migoya confió para ilustrar los relatos en Sequeiros, con quien comparte amistad desde los años 90. El dibujante, autor de títulos como Ambigú, Nostromo quebranto y To apeirón, que hoy vive en un recóndito pueblecito de Almería, regresa a la arena editorial con unas potentes y explícitas imágenes, con predominio de rojos, negros y blancos, de un género, el erótico, en el que no se sentía al principio del todo seguro. «Entonces no sabía dibujar mujeres, ahora sí», admite.

«Las primeras ilustraciones eran más salvajes. Luego fui avanzando hacia dibujos más oníricos», cuenta. Con los textos, asume Migoya, fue al revés. Al principio eran más realistas y evolucionaron hacia un surrealismo que lleva al cuarentón a vivir fantasías extremas imaginadas por su creador. Pero en todas sus relaciones, puntualiza el escritor, «trata a las mujeres con respeto, mostrando admiración hacia la mujer y buscando causarles placer».

Migoya, que se marchó «muy amargado de España» por todo el ruido desencadenado a raíz de la publicación de Todas putas, se instaló en Perú, donde vive desde hace varios años. «En Perú hay una sociedad más relajada, que no tiene miedo a hacer chistes», afirma, lamentando los tiempos tan políticamente correctos que reinan en España, donde «solo parece importar el dinero».

«A esta sociedad hay que enseñarle a soñar porque ahora solo se preocupa de cosas materialistas», opina antes de lanzar un dardo directo y rotundo contra «el mundo cultural clasista, que no es suficientemente maduro como para apreciar la frivolidad».