«Una comedia de enredo, con un corte absolutamente clásico y un vodevil de entradas y salidas en la primera capa, aunque después tiene mucho más. Muestra en un espejo algo que nos va ocurriendo con la edad y con las relaciones de pareja que no se cuidan y esa sexualidad que se va perdiendo y ese tipo de cosas». Carlos Iglesias casi ni piensa cuando se le pregunta sobre su última película, La suite nupcial, que ha presentado en los cines Aragonia de Zaragoza con un encuentro que protagonizó junto al público.

Una película en la que ha viajado de una vez por todas al siglo XXI tal y como él afirma: «Es mi primera película que no es de época, he tratado los años 60 e incluso años 40 con Ispansi que hablaba de los niños de la guerra que mandaron a la URSS pero nunca había probado las delicias de sacar la cámara a la calle y que todo te valga». Y es que dice con sinceridad, «lo otro es un enredo de puta madre. Aquí, sin embargo, es maravilloso, estábamos en Toledo y daba igual que fuera el Toledo medieval que el Toledo moderno, te valía todo y es una maravilla porque esto es una película pequeña e independiente con algunas pequeñas ayudas».

Para su realización, el director y guionista, que al mismo tiempo protagoniza el filme, se ha rodeado «de compañeros que dominan todo lo que tiene que ver con la comedia. Me dije a mí mismo, ya que no tenemos señores con capa ni que echen rayos por los ojos, por lo menos me voy a rodear de un equipo de actores solventes que faciliten el rodaje».

La suite nupcial es una película independiente sin el apoyo de una gran empresa audiovisual que es el destino al que están condenadas ciertas películas: «A no ser que estés ligado al grupo Tele 5 o Antena 3 es la única salida que existe. Ellos, al tener cadena propia, se pueden permitir una publicidad que cualquier película española independiente no puede tener ni por asomo. En esta sociedad donde todos los fines de semana se estrenan del orden de cinco o seis películas levantar la manita para hacerte ver es dificilísimo. Ellos si tienen televisión se gastan una millonada porque además es una inversión que no un gasto ya que que ocupan espacios que no están vendidos, te meten en todos los telediarios y programas y así la gente se ha enterado que tu película existe».

Una reflexión que lleva a la siguiente pregunta, ¿estar al otro lado te permite algunas cosas que de otra manera sería impensable? «La independencia sin exagerar está muy bien pero si la independencia no va ligada a unos mínimos aceptables no vale para nada. ¿Para qué quiero la independencia si no llego al público? Es que es tremendo el panorama», dispara Carlos Iglesias antes de ir más allá: «Es triste el panorama cinematográfico que tenemos en este país, se ha quedado en mano de los americanos. Cuando ves a Francia cómo funciona con su propio cine, cómo limita a las majors para que no puedan estrenar en todos los cines y dejen unos mínimos aceptables para las películas pequeñas... Tienen una política con la cultura que nosotros no hemos alcanzado jamás pero ni siquiera tenemos voluntad de alcanzarla que es lo más triste. En pocos años escucharemos solo historias de Tennessee, Nueva York o Chicago pero no sabremos nada de nosotros mismos. Pero parece ser que es lo queremos», dice con amargura el cineasta.

«Bueno, la comedia tiene una doble cara. Para el gran público es más fácil de vender que el drama pero sin embargo a la hora de los festivales y de conseguir premios se lo lleva todo el drama o la tragedia. Lo que nos haga reír no lo valoramos como un trabajo niquelado y laborioso cuando desde la perspectiva de alguien que ha hecho las dos películas es infinitamente más difícil hacer reír que hacer llorar. Santiago Segura lo dijo muy claro el otro día en los Forqué. En 25 años de premios jamás se ha llevado un premio una comedia. Pero no solo ocurre esto en España sino en casi todos los países. La comedia no se valora», concluye un director al que gusta meter una segunda capa en todas sus películas: «Sí, aunque luego hay gente que la ve y otra que no, que se queda en el estrato superior que es más fácil de reconocer pero la otra está ahí, de hecho es el germen con la cual se cuenta todo lo demás. ¿Sabes qué pasa? Uno empieza a tener necesidades de contar algo que le afecte a él personalmente. Yo siempre cuento historias que a mí me digan algo, para trabajar historias que a mí no me digan nada trabajo a las órdenes de otra persona, pero siempre que escribo yo hago algo que merezca la pena contar».