La penúltima vez que el nieto de Pablo Gargallo visitó el museo de la plaza San Felipe en el año 2014 aseguró con rotundidad que el edificio del Casco Histórico se había convertido por méritos propios en «la casa» del escultor maellano, en el domicilio del hombre que empezó a esculpir el vacío. Las palabras de Jean Anguera Gargallo, heredero directo del artista, confirman lo bien que se han hecho siempre las cosas en torno a este museo. Un espacio expositivo que abrió sus puertas en 1985 y que nunca hubiera sido una realidad sin la generosidad de la familia del escultor.

«15 o 20 años después de la muerte de Gargallo en 1934, su obra no tenía tanto reconocimiento como ahora; fue todo gracias al deseo y la pasión de su familia, que antepusieron la promoción de su trabajo a su enriquecimiento personal», subraya Rubén Castells, jefe de la sección de museos del Ayuntamiento de Zaragoza.

La buena sintonía y entendimiento que hubo con el consistorio a principios de los años 80 (gracias también al interés del entonces alcalde Ramón Sainz de Varanda) permitieron firmar en tiempo récord el contrato fundacional del museo, por el que la familia se comprometía a donar parte de su obra y el ayuntamiento a habilitar un espacio. «Todo surgió en 1981, cuando la exposición que se había celebrado en París, Barcelona y Madrid con motivo del aniversario del nacimiento de Gargallo aterrizó en la Lonja; Sainz de Varanda se reunió con su hija Pierrette y comenzó una magnífica relación que acabaría con la creación del museo», explica Rafael Ordóñez, anterior director de la sala y uno de los mayores especialistas de Gargallo.

La generosidad de la familia con la ciudad aún es más destacable si se tiene en cuenta que Gargallo a los siete años abandonó su Maella natal con sus padres para ir a vivir a Barcelona, por lo que su relación con Zaragoza fue casi inexistente. «Si su familia no hubiera visto que se trataba de un proyecto serio y ambicioso no hubiera dado el paso, pero por suerte no fue así», apunta Castells.

Fue así como el ayuntamiento apostó por la remodelación del Palacio de los Condes de Argillo, actual sede del museo y que en su día albergó al colegio San Felipe o incluso a la ONCE.

El museo, el único monográfico del artista, alberga 192 piezas de Gargallo, tanto esculturas como dibujos y cartones. «Su obra no es muy extensa porque murió a los 53 años y en total suma unas 200 esculturas y unos 400 dibujos que además de en Zaragoza se exhiben en Madrid, París o EEUU», indica Castells, que apunta que esas 192 piezas suponen casi el doble de las que había cuando se inauguró. Y es que la familia ha seguido donando en los últimos años. De hecho, el museo se amplió en el 2009 ocupando un edificio anexo en la calle Torrenueva y ganando un 40% de espacio.

En ese momento se aprovechó para reorganizarlo. Toda la obra se quedó en el edificio antiguo y los servicios complementarios y los elementos audiovisuales pasaron al nuevo.

Más del 95% de las piezas que se exponen han sido donadas por la familia (el ayuntamiento ha adquirida alguna en los últimos años). Sin duda, unas de las más fotografiadas es El Profeta, ubicada en el patio que da la bienvenida a las 30.000 personas que cada año visitan el museo. Junto a ella se ubican las escayolas de tres caballos que realizó para el estadio de Montjuïc en Barcelona (no hay que olvidar que Gargallo esculpió mucha obra pública). Al fondo del patio se abre una pequeña sala con obras de la primera época del artista, como la pieza el Amor de 1909 o las cuatro que realizó bajo la influencia de Rodin tras su segundo viaje a París en 1907.

Poco le duraría esa influencia, como explica el documental del salón de actos, que incide en su investigación en el uso de chapas de cobre, hierro o latón. Así, ya en las plantas superiores pueden contemplarse el Autorretrato (totalmente cóncavo) o la conocida Kiki de Montparnasse, en la que alcanzó lo máximo con lo mínimo. En el piso más alto también se muestra la obra en papel y la técnica de cartones que usó en algunas piezas. En una de las salas se explica incluso el proceso desde el modelado en material blando a la fusión en cobre.

En este sentido, el museo ha apostado siempre por un enfoque didáctico de la obra del artista, con un importante fondo de documentación abierto al público y las «tres o cuatro» visitas de colegios que recibe cada semana.

Además, el museo cuenta con tres salas para exposiciones temporales. «Hasta hace un tiempo solo se traían exposiciones de escultura o de coetáneos de Gargallo, pero abrimos el abanico y ahora exponemos fotografía y obras contemporáneas», explica Castells, que recuerda que antes de la ampliación en el 2009 la entrada era gratuita. Actualmente cuesta cuatro euros, aunque hay diferentes opciones para reducir el precio. Eso sí, el ayuntamiento no se plantea ningún cambio en este sentido.