No hay historias gastadas, sino historias mal contadas. Se suponía que la ficción zombi era ya un terreno baldío, sobreexplotado, una moda insostenible; se imponía una moratoria. Pero entonces llegó el director surcoreano Yeon Sang-ho, subió el monstruo al tren y encontró unos personajes por los que, sorpresa, el espectador se podía preocupar. Resultado: un fenómeno (además de un estupendo filme) llamado Train to Busan, que llega hoy a las pantallas españolas tras su paso estelar por el festival de Sitges el pasado octubre.

Difícilmente logrará los mismos resultados que en Corea, donde más de once millones de espectadores se dejaron seducir por la promesa de un viaje gozosamente atropellado. En la película, el gestor de fondos divorciado Seok-woo (Gong Yoo) toma en Seúl el tren hacia Busan del título para conceder a su hija el deseo de pasar su cumpleaños con su madre.

Una mujer que no parece pasar por su mejor momento sube al tren en el último segundo, mientras algún tipo de incidente extraño tiene lugar en el exterior. El incidente resulta ser una crisis zombI, pero la película no se entretiene en exponer los motivos del suceso: solo se menciona brevemente una fuga en una instalación biotecnológica. Lo que interesa al director es la acción catastrofista, siempre enmarcada en un contexto social y humano lo más reconocible posible para el espectador.

Yeon Sang-ho se hizo un nombre en la animación para adultos con The king of pigs (2011) y The fake (2013), exploraciones de las zonas de sombra de la sociedad de su país. Según nos explica, no sufrió el salto de la animación a la imagen (más o menos) real: «Mucha gente del equipo sabía que mi experiencia previa se reducía a la animación. Fueron considerados conmigo y me enseñaron con detalle los procesos de la producción con los que no estaba familiarizado. Al haber una atmósfera cómoda, no hubo tanta diferencia».

Si en The king of pigs una clase de colegio ejercía como microcosmos de la jerárquica sociedad coreana, aquí un tren de alta velocidad sirve al mismo propósito: mostrar las diferencias de clase prevalecientes en un país donde pobres y ricos viven sin mezclarse. En la visión moral de Yeon, el héroe más claro es de clase obrera (Sanghwa, encarnado por Ma Dong-seok) y el villano es un ejecutivo egoísta (Kim Eui-sung). El protagonista, un rápidamente transformado Seok-woo, se planteará si el individualismo es la mejor forma de ir por la vida.

Para el cineasta lo importante no era tanto crear una parábola social como, simplemente, un universo creíble: «Creo que lo más esencial a la hora de crear una película es hacer que el público sienta que está viendo algo real. Eso logra que el público esté atento. Por eso traté de insertar todos los aspectos de la sociedad coreana; para hacer que el público se acercara a todos los personajes y situaciones».

EFECTOS TRADICIONALES

Ese ansia de verosimilitud se extiende al apartado de los efectos especiales. Al contrario que en, digamos, Guerra mundial Z, aquí la infografía se usa de forma contenida; impera el efecto tradicional o el truco de montaje. «El público coreano tiende a preferir el cine realista. Debido a ello, necesitaba más efectos realistas que infografía», dice el director.

Train to Busan se estrenó en Corea del Sur casi a la vez que Seoul Station, precuela animada del mismo autor. Lo que muchos espectadores quieren saber ahora es si habrá una secuela. «No tengo un plan exacto -nos avisa-; por ahora solo estoy poniendo ideas sobre la mesa. Si surge la posibilidad, estaría abierto a trabajar en algún proyecto». Mientras tanto, se prepara para rodar, durante la primera mitad de este año, Psychokinesis, «una película sobre un hombre normal que adquiere poderes sobrenaturales». Suena a historia archiconocida, pero seguramente Yeon sabrá hacerla fresca.