Reciente Premio Nacional de Músicas Actuales, el pianista gaditano Chano Domínguez ha recibido ese galardón por, entre otros méritos, "su estilo muy personal” y ser “uno de los más grandes representantes del jazz-flamenco”. Cierto, pero Domínguez, es mucho más que jazz flamenco, porque su pasión por la música es versátil e indaga en estilos varios y en cadencias diversas. El domingo pasado, sin ir más lejos, cerrando en la sala Multiusos del Auditorio la trigésimo sexta edición del Festival de Jazz de Zaragoza, Chano no estuvo muy flamenco, aunque sí espectacular, como acostumbra.

Llegó acompañado por el contrabajista Horacio Fumero y el baterista David Xirgu, pareja de ases a quien escuchamos al comienzo del Festival, pues tocaron con el saxofonista Jean Toussaint, que volvieron a demostrar su ingenio y valía con sus respectivos instrumentos. En cuanto a Chano, qué les voy a contar: su tremendo ataque no le impide descender al detalle y a la elocuencia de la melodía, y diríase que necesita un piano con más teclas para desarrollar las piezas que interpreta. Armó un programa con algunas composiciones escritas durante el confinamiento; un repertorio que inició con I Love Evans, dedicada Bill Evans, y continuó con Habanera de la Alameda, toda una incursión en los patrones caribeños, mucho más presentes el domingo que el universo flamenco. Cercana al filin cubano estuvo la pieza Limbo, que dio paso a Evidence, de Thelonious Monk. Después, Chumbulum puso ritmo festivo a una actuación que iba a concluir con Serpent’s Tooth, de otra refulgente estrella: Miles Davis. En el primer bis (solo piano) afloró el Chano más flamenco, pero en la pieza del adiós definitivo el grupo volvió a los cánones; es decir: a un jazz espléndido poco adjetivado, que fue, en definitiva, la tónica del concierto.

Al salir de la Multiusos, igual que hicimos el viernes siguiendo la estrambótica afirmación de la vicealcaldesa y concejala de Cultura de la ciudad, Sara Fernández, de que un concierto va indefectiblemente unido a un botellón, nos marcamos unas litronas; pero esta vez no frente a la entrada a la sala, sino en la plaza del Pilar. Al lado del belén. Divinamente, oye.