La República Popular China quiere enviar una sonda a la Luna para plantar patatas... y como primer paso para una misión tripulada. Pero una China que busca en el espacio su reconocimiento como gran potencia no se limita a planificar su salto a nuestro satélite. Sus escritores, no muy bien vistos aún pero ya no perseguidos como en la Revolución Cultural, también imaginan viajes a las estrellas. Y no se conforman en pensar en patatas extraterrestres, sino que lo hacen a lo grande. Y el que más, Cixin Liu, el autor de la Trilogía de los tres cuerpos (Nova), el tercero de cuyos volúmenes, El fin de la muerte, acaba de llegar a las librerías.

Cixin Liu fue el primer escritor chino en ganar el premio Hugo a la mejor novela. Se ha convertido en un fenómeno millonario en su país y en el mascarón de proa de la nueva ciencia ficción china. ¿Pero hay algo más? Pues sí. Una ambición enorme que en El fin de la muerte alcanza cotas cósmicas jugando con el fin de la expansión del universo y la especulación sobre dimensiones hasta llevar el tema del first contact entre humano y extraterrestre a niveles de atrevimiento similares a los de 2001, Contact o Interstelar. La referencia audiovisual no es baladí: la adaptación de la trilogía de Cixin Liu con un presupuesto de 1.000 millones de dólares es una de las apuestas principales de Amazon Prime para competir en el terreno de las series.

El problema de los tres cuerpos daba inicio a la aventura de la humanidad que siglos más tarde remata El fin de la muerte: una astrónoma china comete la irresponsabilidad de lanzar una señal al espacio que delata la existencia de una civilización inteligente en la Tierra. Error. El universo es un bosque oscuro lleno de depredadores, y delatarse haciendo ruido no es lo más prudente. A partir de aquí, 1.800 páginas que dan para mucho, con varias novelas dentro de la novela.

No todas ellas, debe advertirse, igualmente digeribles para el lector occidental. Cixin Liu brilla en algunas fases -el videojuego que sirve de contacto con la civilización extraterrestre de Trisolaris, la reconstrucción de qué formas de vida podrían desarrollarse en un planeta anclado a un sistema de tres soles en órbitas impredecibles, los recuerdos de la Revolución Cultural, la brutal imaginación que demuestra al imaginar los posibles cambios sociales que pueden desencadenar saber que la invasión alienígena llegará inevitablemente al cabo de cuatro siglos, los combates en el Sistema Solar y más allá, las mil y una soluciones imaginadas para hacer frente a la amenaza, el descubrimiento de las consecuencias de que en ese bosque oscuro no haya solo un depredador sino muchos, pero muchos...- y puede resultar un auténtico choque culturales en otras. La sensación de extrañeza que un occidental puede sentir al leer en un diario una expresión del cariz de que «el pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con peculiaridades chinas de la nueva época» ha entrado a formar parte de la Constitución puede experimentarla en ocasiones el lector de Cixin Liu.

Antología del género

Una experiencia en la que no está solo Cixin Liu. Su traductor al inglés, Ken Liu, está detrás de Planetas invisibles (Runas), una antología de la ciencia ficción china. A los relatos de Ma Boyong y su mezcla de tradiciones milenarias y fantasía, Hao Jingfang, representado con un cuento distópico y otro cercano a Italo Calvino, la surrealista Tang Fei, el onírico Cheng Jingbo, la ciencia ficción dura de Cixin Liu, el postciberpunk Che Qiufan y la más literaria Xia Jia les acompañan ensayos de los tres últimos y del propio Ken Liu, quien pide al lector que los textos no se lean en clave de crítica camuflada del régimen.

Aunque sea difícil separar la política de la evolución del género en aquel país. La ciencia ficción, explica Cixin Liu, desde su origen a principios de siglo, con New China, de Lu Shi’e (1910), «se convirtió en una herramienta de propaganda para los chinos que soñaban con un país fuerte y libre de depredadores coloniales», una tendencia que vuelve a surgir en su nueva ola de autores.