Se veía venir. Tras la profusión de concursos y programas de telerrealidad basados en la cocina --un recuerdo para uno de los pioneros, recientemente fallecido, Darío Barrio-- parecía clara la llegada de alguna serie basada en la cocina. Basada, no solo ambientada, pues, por ejemplo, el apartado gastronómico de Los Serrano, no iba más allá de su ubicación en un bar. Y ya hemos escrito aquí las dudas sobre del aporte cultural de tales formatos, pues la cocina, aunque parezca lo contrario, no es su núcleo, si no su envoltura.

Casi bien distinto, y de momento esperanzador, es el estreno del Chiringuito de Pepe, en cuya esencia sí se encuentra la gastronomía y la cocina. Costumbrista de vocación, pegada a la actualidad y con muchos guiños al sector --El cocinero moderno se llama Sergi (Arola) Roca (hermanos)--, pone en la pantalla ese falso dilema que sigue alegrando los debates: cocina moderna frente a la tradicional, como si ambas no se retroalimentaran mutuamente.

Pero aquí sirve de base y excusa, sainetera y en torno de farsa, para las tramas de la serie, con lo que las lógicas exageraciones sí vienen justificadas por el guion. Además, la incorporación de una pescadora de bajura y una artesana de la repostería aportan el valor añadido de los proveedores, los alimentos que se van a transformar en la cocina.

Y la serie promete porque, al menos en su debut, cuenta con eficaces intérpretes, muy metidos en sus papeles; los diálogos resultan creíbles y eficaces, así como las diferentes ambientaciones; y no le falta el humor y buen conocimiento de fondo de lo que es el oficio de cocinero. Ya han aparecido las estrellas michelin, la limpieza en la cocina, la frescura de los ingredientes, los menús degustación, las frituras, las alergias y problemas alimentarios, la estética de los restaurantes, las diferentes harinas y aceites. Que sí son factores clave de la cultura gastronómica. Habrá que seguirla.