La muerte, el miércoles por la noche, de Chris Cornell, una de las figuras carismáticas del rock surgido en EEUU en los 90, ha impactado por su carácter «repentino e inesperado», apuntó su manager. El que fue cantante y principal compositor de Soundgarden, la banda que llevó el arisco rock de Seattle a la industria multinacional, un poco antes que Nirvana, falleció en Detroit a los 52 años. La policía manejó desde el primer momento la hipótesis del suicidio, que se confirmó horas después.

Cornell había actuado esa noche en la «rock city», así se refirió a ella en su último tuit, con un recital en solitario, un mes después de publicar el orquestado single The promise, canción de la película del mismo título, en torno al genocidio armenio. Portavoces policiales han señalado que un amigo le encontró horas después en el suelo del lavabo de su habitación del hotel, el MGM Grand Detroit, con una cinta alrededor del cuello.

El músico de Seattle (ahí nació el 20 de julio de 1964) combinaba el trabajo individual con su actividad con Soundgarden, resucitada en el 2010 tras un parón de 13 años. En los últimos tiempos había tomado parte en las reuniones de otras dos formaciones, Temple of the Dog y Audioslave, con la que participó, el 20 de enero en Los Ángeles, en un concierto anti-Trump.