A priori, el subtítulo de ‘Tiempo y poder’ (Galaxia Gutenberg), ‘Visiones de la historia. Desde la guerra de los Treinta Años al Tercer Reich’, puede parecer que habla solo de Alemania y de un periodo determinado. Sin embargo, el historiador australiano y catedrático de Historia de Cambridge Christopher Clark (Sydney, 1960), aunque se centra en las figuras de Federico Guillermo de Brandemburgo-Prusia, Federico el Grande, Otto von Bismarck y Adolf Hitler, se sirve de ellos para analizar cómo distintos gobernantes utilizaron el tiempo para legitimar su poder y sus políticas y reflexiona sobre el presente.

Clark, que ha participado este otoño en una conferencia en el Palau Macaya de La Caixa, vehicula sus argumentaciones hacia la actualidad: a Trump, Boris Johnson, el húngaro Viktor Orbán, Salvini… “Los populismos quieren sustituir nuestros futuros con nuevos pasados. Eso es falsificar el pasado. Lo único esperanzador es que reconocen la importancia del pasado, sino no habrían invertido tantos esfuerzos en falsearlo”.

El cambio climático

Populismos que niegan el cambio climático, recuerda, y evoca Clark el fin de la historia, que advertían Francis Fukuyama y Amitav Ghosh, ante “la dificultad de gestionar esta amenaza por parte de un solo estado”. “El problema es tan grande como el planeta y no hay ninguna estructura que esté empoderada para decir qué decisiones hay que tomar. La amenaza no empodera a los estados sino que los debilita y revela su incompetencia. Los estados se comportan como niños egoístas en vez de intentar conseguir soluciones colectivas”, opina. Y apela, citando a la Unión Europea, a “la solidaridad entre estados, a olvidar las discrepancias presupuestarias, financieras y políticas, para prepararse para los retos del futuro”, del que ahora está en primer plano el cambio climático.

También enlaza el presente al rescatar el discurso del 2017 de Emmanuel Macron, en el que el presidente francés “intentó conectar a la UE con una idea de un horizonte futuro”. Le recuerda, señala, a Federico Guillermo, el Gran elector, que “deseaba escapar del caos de un pasado de violencia y destrucción de una guerra [la de los Treinta Años] que había matado a la mitad de los alemanes, y se vio obligado a pensar en el futuro ante los conservadores que querían una continuidad de los privilegios heredados del pasado”. “La UE -añade- fue a su vez la respuesta de Europa a una era catastrófica de la primera y la segunda guerras mundiales, a un conflicto tecnocrático transnacional. Nació como un orden para la paz”.

Memoria perdida

Los conflictos de hoy en la UE, añade el autor de ‘Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914’, llegan porque “las generaciones contemporáneas no recuerdan el horror de la guerra por la cual se creó. Se ha roto la continuidad de la memoria humana porque las generaciones que la vivieron están muriendo. Y si perdemos la memoria hay riesgo de resurgimiento de extremismos, como pasa en Hungría o, por ejemplo, en Egipto, donde un ministro alabó el éxito de Hitler como gobernante. No estamos a salvo. Hay que estar vigilante ante los que quieren romper con el orden democrático”.

¿Pueden surgir nuevos Hitlers? “Es importante no subestimar la sofisticación que hubo durante la República de Weimar, cuando los alemanes vieron claramente el peligro de la dictadura nazi. Los que votaron a Hitler lo hicieron por muchos motivos, no necesariamente porque creyeran en su visión milenarista. Tenían rabia, estaban enfadados por las consecuencias del Tratado de Versalles. Los primeros en votarle fueron los más afectados por la crisis de 1929. ¿Puede surgir un movimiento como el nazi? Espero que no. La gran diferencia es que ahora sabemos lo que pasó”.