Trainspotting no fue tanto una revelación como la confirmación de una serie de talentos que ya habían convergido, poco antes, en la comedia negra de culto Tumba abierta: el director Danny Boyle, el guionista John Hodge, el productor Andrew Macdonald y el actor Ewan McGregor, los tres primeros, debutantes en el cine. Aquella historia de jóvenes yuppies sin escrúpulos demostró que podía existir un cine británico joven, excitante y vigoroso, alejado de la sobreexplotada tónica del realismo social. La respuesta fue abrumadora: el debut de Boyle recaudó cinco veces lo que costó solo en la taquilla británica, convirtiéndose en la primera película escocesa realmente apoyada por el público desde Un tipo genial (1983), y se exportó con éxito al circuito internacional.

Boyle, Macdonald y Hodge podrían haberse mudado a Hollywood, pero fueron fieles a la cultura escocesa. Hasta el punto de basar su siguiente proyecto en un libro difícilmente inteligible fuera de las tierras bajas de Escocia, hablado con representaciones fonéticas del dialecto de Edimburgo. Para mayor riesgo, Trainspotting, primera novela de Irvine Welsh, no tenía una línea argumental clara. Y estaba protagonizada por unos amigos adictos a la heroína. Todo apestaba a suicidio financiero.

Pocos indicios podían indicar que Trainspotting acabaría convertida en un fenómeno social, no solo en Reino Unido, sino también en otras partes del mundo. Costó 1,7 millones de libras y recaudó 12 solo en el Reino Unido; fuera hizo casi 47 millones de caja. Incluso en España era raro el estudiante con ínfulas contestatarias que no se sabía su monólogo inicial: «Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact discs y abrelatas eléctricos…», decía Renton (Ewan McGregor) al ritmo del Lust for life de Iggy Pop.

Elige la vida, respuesta concisa al no hay futuro de Sex Pistols, fue uno de los lemas que la diseñadora Katharine Hamnett estampó en sus camisetas extragrandes. (Wham! llevaban esa precisa prenda en el vídeo de Wake me up before you go-go). En la voz de Renton, esta llamada al optimismo se convertía en condena del conformismo: elegir la vida significa elegir tu vida, reducir la existencia a ir escogiendo ítems de un catálogo infinito de electrodomésticos, relaciones y actitudes. En la película, al menos en principio, Renton y su grupo de amigos pasan de apoyar el régimen capitalista. Su alternativa es el escapismo nihilista a través de la heroína o el alcohol.

La primera y más divertida mitad de Trainspotting se basa en la persecución de la euforia, pero, como dice la película, «los buenos tiempos no podían durar para siempre». Llegaban la pérdida y la epifanía y con ellas imágenes tan terroríficas e imborrables como la del bebé gateando por el techo y girando su cabeza al estilo Regan MacNeil.

La montaña rusa de Trainspotting, cine eléctrico, surrealista, tan pop como ¡Qué noche la de aquel día!, disparó la fama de su director y actores. Como también del grupo techno Underworld, cuyo Born slippy. NUXX daba pulso hipnótico a la escena final. Aquel era solo uno entre los muchos hits de una banda sonora que a finales de los 90, en los círculos alternativos, era pecado no tener en casa.