La personalidad singular de que hizo gala en vida Leopoldo María Panero marcó ayer el último adiós al poeta en Las Palmas de Gran Canaria, donde los eternos paquetes de cigarros y latas de Coca cola que consumía compulsivamente acompañaron su cadáver incluso en el tanatorio. Llevados hasta el lugar por los pocos amigos que desde ayer por la mañana hasta este mediodía le velaron antes de su incineración, cigarrillos y refrescos ocuparon a su alrededor el espacio que en otros entierros suelen llenar las flores y coronas al uso, que escasearon en el adiós al poeta maldito. Solo dos coronas enviadas por el Hospital Rey Juan Carlos I de la capital isleña, donde residió durante los últimos 16 años y falleció a medianoche del miércoles, una tercera que le dedicó el ayuntamiento y otra que le llevaron familiares de una amiga suya que ahora reside en el extranjero podían verse junto al féretro de Panero, 24 horas después de llegar al tanatorio.

Pocas personas se habían desplazado en ese tiempo también hasta el lugar para despedir a un escritor cuya importancia destacaron variadas autoridades y personalidades del mundo de la cultura, según rememoraban los dos únicos amigos que le acompañaban, Adolfo García y Francisco Ruso Rodríguez. "Habrán pasado por aquí cuatro o cinco, no más", declaró García, la segunda persona que más tiempo permaneció junto al cuerpo del poeta después de Ruso Rodríguez, tras acudir ambos desde que saltó la noticia al tanatorio. Las palabras de uno y otro resonaban con eco en una sala, vacía, donde quisieron rendir el último homenaje a su compañero de veladas poéticas o recorridos por terrazas.