Ya hace dos años que murió el más portugués de los escritores italianos, Antonio Tabucchi (Vecchiano, 1943-Lisboa, 2012) y empieza el goteo de sus escritos póstumos. Me apresuro a advertir, sin embargo, que Para Isabel. Un mandala (Anagrama) no es un libro inconcluso ni abandonado, no es un conjunto de notas como El original de Laura de Vladímir Nabokov ni una narración truncada que se difumina según avanza como Demonios familiares de Ana María Matute, por citar un par de títulos póstumos. La novela de Tabucchi es una pieza conclusa que el autor mimó durante años, que acabó en 1996 y que decidió no publicar, quizá porque era un libro con raíces demasiado profundas en sus entrañas. En alguna ocasión lo definió como "un coleóptero desconocido que ha quedado fosilizado sobre una piedra" (lo recuerdan sus editores), pero también como una "novela estrambótica", aunque el subtítulo declara que estamos ante un mandala, uno de esos maravillosos dibujos de círculos concéntricos que crean los lamas tibetanos con polvo de colores y que luego, cumplido su objetivo de servir a la meditación y el conocimiento interior, deshacen para volver a la nada previa. Estamos, pues, ante una novela simbólica.

Como en un mandala, la novela se organiza en círculos que se van cerrando progresivamente sobre el centro, que es donde se halla el objeto que se busca: la sabiduría o, aquí, Isabel. Quien realiza el viaje a través de esos círculos es Tadeus Slowacki, que trata de encontrar, 30 años después, a su antigua amiga Isabel, una joven universitaria que en el Portugal de Salazar sufrió prisión y tortura por su militancia izquierdista. El lector de Tabucchi reconocerá al Tadeus Waclaw/Slowacki de Réquiem y al Xavier de Nocturno hindú, entre otros personajes que proceden de su censo imaginario, lo que refuerza la impresión de que la búsqueda que describe este libro tiene lugar en las galerías interiores del propio escritor. Pero que nadie se alarme porque no se trata de un relato metafísico ni de un plúmbeo examen de conciencia, aunque pueda ser ambas cosas. La novela se desarrolla como una investigación casi policial con su secuencia de testigos interrogados, sus giros inesperados, sus hallazgos, sus desplazamientos geográficos y su diversidad social. Aunque también puede decirse que la articulación del libro remite al Infierno de La Divina Comedia de Dante: como en el poema medieval, son nueve los círculos que recorre Tadeus mientras va en busca de una mujer enigmática (su Isabel equivale a Beatriz) que simboliza una espiritualidad que trasciende la banalidad del mundo.

En lógica con ese planteamiento, Tabucchi mezcla los escenarios realistas con personajes y hechos sobrenaturales, algunos fuera del tiempo, y las conversaciones triviales con el charloteo cómico y las reflexiones graves, como la de Lise la astrofísica o la del lama Xavier. A lo largo del recorrido, el narrador va dejando jirones de sí mismo, su sensación de haberse inmaterializado, su confesión de haber escrito con la arrogancia de captar lo real, el reconocimiento de que si hubiera reflexionado sobre qué es la escritura quizá nunca habría llegado a ser escritor. Y al final, el centro del mandala, luminoso como un cielo, confortador y desolador como un cielo vacío. Una fantasía preñada de verdades a la altura del mejor Tabucchi.