Uno de los motivos por los que la francesa Claire Denis es una de las grandes cineastas de nuestro tiempo es su capacidad para mantenerse arriesgada, sorprendente e impredecible cada vez que se pone tras la cámara. Y posiblemente ninguna de sus películas sea tan arriesgada, sorprendente e impredecible como la que hoy estrena en España: 'High life' es la historia de un grupo de criminales enviados al espacio a modo de cobayas para estudiar un agujero negro, y la de una científica loca apodada "chamán del esperma", y también una colección de imágenes extrañas, hipnóticas e increíblemente perturbadoras.

'High life' es su primera película de ciencia-ficción. ¿Por qué decidió hacerla?

Hace cinco años conocí a un productor británico que me preguntó si quería hacer una película en inglés sobre una 'femme fatale'. Inicialmente asumí que le iba a decir que no, pero de repente se me ocurrió una idea: una niña recién nacida, a la deriva en el espacio exterior junto a su padre, que querría suicidarse pero no puede, porque no puede dejar al bebé solo. Esa cría es la mujer fatal perfecta. Con ella empieza la película.

Su respuesta lo deja claro: no se trata de la típica película de naves espaciales.

Me lo tomo como un cumplido. A lo largo de los años, el cine de ciencia-ficción ha contado historias de catástrofes planetarias y de invasiones alienígenas. Y algunas de esas películas me encantan, pero buena parte del género se apoya en la idea de la conquista y la dominación del espacio, y es un concepto que no me interesa en absoluto. Al hacer 'High life' yo tenía en mente títulos como 'Solaris' o 'Stalker', ambos de Andrey Tarkovsky, que reflexionan sobre la condición humana y que, como 2001, una odisea del espacio, son historias elegíacas muy distintas a lo que comúnmente entendemos por ciencia-ficción.

De hecho, más que una nave espacial, el vehículo donde transcurre la acción de su película es una cárcel…

Así es. Hace unos años leí un artículo en un periódico estadounidense que me hizo imaginar a un grupo de presos condenados a muerte dispuestos a sacrificar sus vidas para ir más allá del sistema solar. El texto explicaba que algunas cárceles de Texas sufrían hacinamiento en el corredor de la muerte, y se quejaban de lo caro que resultaba alimentar a todos esos reos. Una opinión experta proponía: "Matémoslos de inmediato, o démosles algo útil que hacer". Todo ello me pareció terrible, y muy inspirador.

¿Cuánto cree que tardaremos en mandar a los convictos, o a la gente marginada en general, al espacio exterior para usarlos como cobayas?

Lo que estamos haciendo ahora con los migrantes no es muy distinto; los encarcelamos o los echamos a golpes de nuestros países. Damos por hecho que nuestras vidas son más importantes que las suyas y que nuestro bienestar justifica que ellos sean sacrificados. ¿En virtud de qué nos otorgamos ese privilegio? ¿Cómo podemos ser tan arrogantes? Cuando yo nací, justo después de la segunda guerra mundial, existía la convicción colectiva de que aquello no podía volver a repetirse; de que debíamos comportarnos de forma más humana, justa e igualitaria. Qué rápido nos hemos olvidado.

¿Qué hace una directora como usted, aclamada por la cinefilia, trabajando con el actor Robert Pattinson, en su día galán de la saga 'Crepúsculo'?

Él se empeñó en conocerme, y en convencerme de que era el actor idóneo para el papel. Al principio yo no lo tenía claro, porque Robert es un actor joven e icónico y yo quería algo muy distnto para el papel: un intérprete cuarentón, exhausto y misterioso. Pero Robert resultó ser algo parecido a un cruzado medieval, alguien dispuesto a ir tan lejos como yo le pidiera. En cuanto nos pusimos a trabajar, empezamos a amarnos.

¿Cree que la presencia de Pattinson en la película le permitirá a usted darse a conocer entre un tipo de público habitualmente alejado del cine de autor?

No pienso en esos términos, claro. Si yo fuera el tipo de director que usa a una estrella para conseguir un público más amplio, creo que vomitaría sobre mí misma. Sé que hay directores que piensan así, pero yo no sería capaz; me sentiría sucia. A mí ese tipo de filosofía de trabajo me parece una frivolidad. Yo me tomo el cine mucho más a pecho. Es un asunto de vida o muerte.

¿En qué sentido?

En sentido literal. Cada vez que hago una película me enfrento al abismo. Podría acabar siendo una película malísima. Y, si lo fuera, me plantearía seriamente el suicidio. De verdad. Por eso, erodar me da mucho miedo, y me gusta que sea así. Si estuviera en paz conmigo misma, tal vez ni me molestaría en levantarme de la cama. Y creo que nunca había sentido tanto miedo como sentí rodando 'High life'.

¿Por qué?

Fue un rodaje muy doloroso por dos motivos. En primer lugar, porque sentí que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Y en segundo lugar porque, durante el rodaje de la película, mi madre murió. Murió en mis brazos, de hecho. Tuve que abandonar la filmación para estar junto a ella. Y, al verla morir a mi lado, me di cuenta de lo frágiles que son nuestras vidas. Me sentí completamente vulnerable. Y, por supuesto, muy triste. Y creo que la película transpira esa tristeza. ¿Lo cree usted?

Sí. Pero, al mismo tiempo, es una película muy sexy.

Todo mi cine es sexy. Para mí, una película que no habla en mayor o menor medida del sexo o la sensualidad es una película inútil. Me molesta vivir en una sociedad en la que hablar de sexo se considera algo soez.

Señora Denis, ¿cree que lo sucedido en los últimos tiempos en la industria del cine tendrá consecuencias positivas para las mujeres directoras?

No soy quién para hablar de eso. Yo nunca me he sentido una víctima, ni me he visto sometida al poder de ningún hombre. Siempre he ejercido mi trabajo en plena libertad. Ahora bien, creo que el MeToo es un movimiento burgués. Estoy segura de que las mujeres yemeníes o indias no tienen ni idea de quién narices es Harvey Weinstein. Están demasiado ocupadas esquivando bombas, o intentando que no las violen cada vez que cogen el autobús.