Hay dos chicas bailando en el 'hall' del Tívoli con los abrigos puestos mientras suena una versión de la irresistible 'You can call me Al' de Paul Simon. El concierto parecía que se había acabado y ellas ya se iban, pero Clarence Bekker aún no quiere bajar del escenario. En la platea todo son brazos en alto y meneo de caderas, todo el que permite el espacio entre las filas de sillas y la media de edad de los asistentes, más bien alta. Los ánimos están aún más arriba. Por las nubes. "¡One for the road!", dice Bekker. La última y nos vamos. Aunque tampoco será la última. Ahora llega 'Could you be loved' de Bob Marley. Y parece que ya está, pero no. 'Valerie' de Amy Winehouse. Una más, venga. La balada 'The impossible dream' a cappella. Ahora sí, final. Aunque se diría que Clarence Bekker tiene voz para esto y para más. Una voz rugosa, de esas que atronan y están siempre cerca del desgarro. Voz y energía. Se ha pasado más de dos horas cantando, bailando, estremeciéndose y animando sin parar a base de éxitos de hoy y de siempre mezclados con canciones propias. Michael Jackson, mucho soul -su punto fuerte-, algo de reggae, 'I want to break free' de Queen. Un popurrí de música directa que Bekker ofrece con franqueza y sin giros posmodernos. Lo que hace cada jueves en el Jamboree con su potente banda, pero aquí en versión extra grande.

Los promotores Mas i Mas cumplen 25 años al frente la sala de la Plaça Reial y lo celebraban el lunes en el Teatre Tívoli con Bekker, un veterano cantante holandés nacido en Surinam que tras décadas de errante trayectoria ha encontrado su sitio en Barcelona. Mientras no le salga competencia, el Jamboree ha sido y es el templo del jazz en la ciudad, pero sintomáticamente, para la celebración los Mas apuestan el desenfado de Bekker y su cohorte de amigos. Por el escenario del Tívoli desfilan un montón de gente: la joven y convincente vocalista Desiree Diouf, un grupo de danza Bollywood, dos bailarinas que parecen salidas del rodaje de 'Flashdance', un percusionista que toca una especie de sonajero africano -el cas cas-, y la coral Little Light Gospel Choir, que aparece por sorpresa en los palcos del teatro durante 'Hallelujah' de Leonard Cohen y provocan la primera gran catarsis de la noche. Hay coreografías, gorros navideños, paseos de Bekker por el pasillo central de la platea. Y de vez en cuando un Papá Noel más bien ajado, estilo Bill Murray, que hace las veces de narrador y se refiere al cantante como "mi amigo Clarencio".

Efectivamente, como espectáculo es tan 'camp' y tan 'kitsch' como suena. Y gorros navideños aparte, también es una repetición del concierto que tuvo lugar en agosto en el Coliseum para cerrar el festival Mas i Mas. Pero al público no le ha importado repetir. Una fiesta es una fiesta. Y con Clarence Bekker, la fiesta, por muy 'camp' y muy 'kitsch' que sea, está asegurada.