Físicamente no se ha ido lejos, cinco calles al norte y una avenida al este, menos de 500 metros a pie, pero el viaje que después de 85 años ha hecho en Nueva York la Frick Collection, y el que propone a sus visitantes, es kilométrico.

Mientras la suntuosa mansión en la Quinta Avenida se somete a un proceso de renovación y expansión la colección, con 400 piezas entre pinturas de los más grandes maestros europeos, esculturas, porcelanas, esmaltes y otras obras de arte, se ha trasladado, por dos años, al edificio Breuer, un icono del brutalismo que nació en 1966 como sede del Whitney y que el Met tenía alquilado hasta 2023.

Los apuros económicos del Metropolitan ayudaron a gestar el subarriendo para la Frick. Y por una vez bienvenidos sean. Porque a partir del 18 de marzo abrirá sus puertas al público Frick Madison, y los neoyorquinos, que durante la pandemia ya han tenido en los museos uno de los pocos botes salvavidas para mantener a flote su vida cultural en vivo, así como los visitantes que empiecen a llegar poco a poco conforme se vayan levantando restricciones, deben prepararse para un crucero de lujo, un viaje de descubrimiento.

Redescrubrir

En realidad es más un viaje de "redescubrimiento", como ha dicho el subdirector y comisario jefe de la Frick, Xavier Salomon. Porque la colección es la misma que empezó a amasar Henry Clay Frick, magnate del coque y el acero, una de las figuras fundamentales de la edad de los barones ladrones y un hombre que amaba tanto el arte como odiaba a los sindicatos, pero el nuevo escenario permite, como dice Salomon, “deconstruir”.

Salomon y otra de las comisarias, Aimee Ng, que en la pandemia convirtieron en un éxito su iniciativa virtual semanal “cocktails con un comisario”, han explicado que la inspiración definitiva para Frick Madison llegó en Marfa (Texas), viendo la Fundación Chinati de Donald Judd. Y la huella es evidente. Porque si en la mansión se abarrotaban entre muebles, oros, terciopelos, mármoles y caobas las pinturas de Rembrandt y Vermer, El Greco y Tiziano, Turner y Constable, por citar solo algunos de los artistas presentes en la Frick, en el templo de Marcel Brauer comulgan con el minimalismo del arquitecto húngaro.

Entre el cemento, en las paredes pintadas ahora con solo cuatro tonos de grises, las obras de los maestros se exponen con una sobriedad espartana pero también con una simplicidad, cercanía y acceso que la Frick antes no permitía. También las esculturas, porcelanas y muebles ganan su escenario individual, organizadas en casos como la de porcelanas agrupadas por colores con la radical modernidad de una técnica habitual en el siglo XVIII.

En cada una de las tres plantas, donde la colección se ha organizado por zonas geográficas y escuelas y en orden levemente cronológico, todo respira con espacio. No hay textos ni etiquetas, más allá de los nombres y títulos en los marcos, y la información solo está en la guía impresa gratuita o en la de audio. En casi ningún caso hay cristales, en ninguno cordones de distancia (aunque los guardias se encargan de decir si hace falta “no tan cerca, por favor”). Y en un museo en su antigua casa en la que tampoco permite la fotografía (ni las visitas de menores de 10 años), todo es una invitación a la observación detallada y al deleite pausado.

Bellini, bajo nueva luz

Pocos espacios en esta Frick explican mejor lo que representa el cambio de escenario que el dedicado al óleo que la colección considera su joya, el 'San Francisco en éxtasis' de Giovanni Bellini. Cuelga solo en una sala de la tercera planta, la dedicada a Italia y España (donde se pueden ver cuatro cuadros de Goya, tres del Greco, un Velázquez y un Murillo). Frente al cuadro, en este espacio con ecos ineludibles de capilla, o de celda monacal, solo hay un banco y a su izquierda, desde el mismo lugar desde donde Bellini dio su divina iluminación al de Asís, llega la luz de Nueva York por una de las ventanas trapezoidales abiertas por Breuer a la calle 75. Los misterios de la naturaleza están en el lienzo. Los de la vida urbana, en el exterior. Y aquí se unen.

'The New York Times' ha definido Frick Madison como una “inesperadamente audaz transmutación”. Y lo es. De más a menos. Y menos, ya se sabe, muchas veces es más.