El último filme del cineasta cántabro Nacho Vigalondo, autor de películas irregulares que siempre están repletas de buenas ideas, mezcla géneros y tonalidades. ¿Es un melodrama de estética indie? Si, tiene algunas cosas. ¿Es comedia? Baraja elementos distendidos. ¿Es cine fantástico? Por supuesto, y con una clara vocación por el denominado kaiju eiga, las películas japonesas de monstruos. Es un filme sin ataduras que queda bien en festivales como Sundance, Sitges o San Sebastián.

Hay una heroína de drama independiente con superación personal a cuestas, Anne Hathaway, que vuelve a su estadounidense ciudad natal, y hay un monstruo con el que conecta misteriosamente y que está devastando la ciudad de Seúl. Lo uno se mezcla muy rápido con lo otro en un estimable ejercicio simbiótico.

Nacho Vigalondo siempre ha hecho cine de género, pero con Colossal intenta dinamitar determinadas fronteras, tanto genéricas como estilísticas, con resultado a ratos desconcertante, en otros hipnótico. Tan colosal es el monstruo asiático que aparece en la cinta como el papel que le tocará vivir a la heroína en una historia reflexiva que no desdeña el espectáculo de gran aparato. Lo gigantesco desde el punto de vista físico y lo gigantesco desde el prisma emocional.