Cuando Honorio García Condoy (Zaragoza, 1900-Madrid,1953) viajó a Zaragoza en 1951 desde París, donde había fijado su residencia a finales de 1937, ignoraba la gravedad de su enfermedad, cuyos primeros síntomas apenas le alertaron en 1948. Fue aquel regreso su despedida. Durante los días que permaneció en la ciudad, Condoy recorrió sus calles guiado por los recuerdos, compartió tertulias con sus amigos a quienes puso al día de lo vivido y visitó a familiares. Tuvo tiempo para conversar con el periodista Adrián Guerra que le entrevistó para la sección ¡Diga... Diga...! del diario Amanecer. La cita tuvo lugar en el domicilio del matrimonio Araiz-Condoy, donde se alojaron Honorio García Condoy y su esposa Guadalupe Fernández. Honorio estaba contento y seguro en sus respuestas. Le contó que vivía muy bien en París, e incluso con desahogo; y claro que le había costado triunfar. Era considerado iniciador de la abstracción en escultura por sus planteamientos innovadores, continuamente abiertos a nuevos horizontes. El triunfo de la abstracción sobre el realismo lo testimoniaban no solo las obras, sino la infinidad de artistas, críticos y alumnos de todos los países que diariamente desfilaban por su estudio. Vendía más obras de las que era capaz de realizar, y la mayoría durante las exposiciones. Mencionó el éxito de las celebradas en Praga y en la reciente de Rotterdam. En cuanto a los materiales, empleaba la piedra, el mármol y, sobre todo, la madera que tallaba directamente, sin modelo previo. De todas las maderas, sus preferidas eran las exóticas que recibía directamente de África y América.

Paisaje, motivo de inspiración

El paisaje era uno de sus motivos principales de inspiración, «cuanto más agreste y virgen, como este de Aragón, que ha ejercido decisiva influencia en mi vocación». Precisamente recorrer estos parajes era el propósito de su viaje a España. «Pienso esculpir, por ejemplo, la ciudad encantada de Cuenca, gran fuente de inspiración para toda clase de artes plásticas, como así también el Monasterio de Piedra». Una tarea complicada en opinión del periodista que Condoy intentó explicarle: «Esculpo ideas y sensaciones, producidas siempre por una visión real, aunque a menudo el motivo originario de inspiración desaparece al realizar la obra». Y dejó claro que para él, «la escultura es luz, y por la luz, las formas, a las que doy mucha importancia»; es así, insistió, que un simple tronco de un árbol era fuente de múltiples motivos de inspiración según la madera, su color, sus vetas, sus formas. Simples detalles que abrían «un ilimitado horizonte de sensaciones, que trato de plasmar en mis esculturas». Las interpretaciones podían ser infinitas. Amanecer publicó la entrevista el 19 de mayo de 1951.

La distancia permitió a Condoy presentarse como el artista precursor que en realidad no era, a pesar de ser ese su mayor deseo. Había triunfado y vendía sus obras. Siempre en compañía de artistas, críticos y alumnos, su domicilio de la calle Boissonade era conocido como la «casa del buen dios» por estar siempre abierto a todo el mundo. «El mayor placer de mi marido era poder dar alegría y comida a todo el que venía», recordó Guadalupe Fernández. Pero no fue el iniciador de la abstracción en escultura. El motivo de presentarse así pudo ser, quizás, su particular ajuste de cuentas con una ciudad de la que hacía muchos años salió decepcionado. En 1926, Condoy y Martín Durbán anunciaron su despedida tras su exposición conjunta en el Mercantil: «Adiós, madre querida [...] vamos a luchar en otro medio más amplio, a formarnos definitivamente como artistas y a volver a nuestra querida Zaragoza, cuando volvamos, fortalecida nuestra convicción y formada nuestra personalidad». En 1929, Condoy situó sus destinos. «Yo pretendo hacer escultura internacional. Pronto iré a París, que lo juzgo como el pueblo más capacitado, por su adorable cosmopolitismo. Allí cabe todo, y no hay sorpresas. El artista puede llevar al gran mercado el producto de sus más extraordinarias concepciones, y en ellas no habrá gestos de extrañeza, tan dolorosos a veces, acusadores de incomprensión y de cortedad espiritual. Luego iré a Moscú. Rusia me parece lo más interesante del mundo. Más tarde visitaré Nueva York, con sus audacísimos rascacielos». Hubo cambios en el itinerario soñado. En 1928 y 1929 vivió entre Barcelona y Madrid, y visitó París para regresar a Zaragoza donde recibió homenajes por la falta de apoyo institucional que le negaba la beca de escultura en Roma que, finalmente, logró en 1933 por quedar la plaza vacante.

Hacía dos años que residía en Madrid. «Honorio García Condoy, el escultor zaragozano recientemente atropellado por la Diputación de Zaragoza, ha decidido abandonar su pueblo para siempre, lógicamente desengañado y lógicamente convencido con este nuevo agravio de que, en ambiente tan enrarecido, son inútiles todos los esfuerzos cuando se ponen al servicio de una inteligencia ávida y de una sensibilidad trabajada, no a las órdenes de cualquier analfabeto influyente», comenzaba la carta que Rafael Sánchez Ventura, Julián Vizcaíno, González Bernal, Gil Bel, Manuel Corrales, Camón Aznar, Muñoz Ayarza, Francisco de Cidón, entre otros, publicaron en La Voz de Aragón. A la carta de despedida acompañó una cena-homenaje en la Posada de las Almas, el 22 de enero de 1931.

La guerra civil española le obligó a salir de Italia en 1936 hacia Bruselas donde presentó una exitosa exposición que le permitiría residir en París y estrechar amistad con el grupo de españoles y generar una gran actividad. Así, con José Palmeiro fundó en 1942 el Grupo de Artistas Ibéricos; en 1944 ilustró el poema Vía Áurea de César González-Ruano; en 1946 ideó con Jean Cassou la revista Galería, que se quedó en proyecto, y fue uno de los artistas invitados a la exposición Arte en la España Republicana. Artistas españoles de París (Praga, 1946), la primera colectiva de las celebradas en Checoslovaquia, a las que siguieron individuales del propio Condoy, en 1948. A su estancia en Checoslovaquia dedicó Pavel Stepanek, en 1990, una muestra en el Museo Pablo Gargallo de Zaragoza.

Etapa de síntesis

Para entonces, la obra de Condoy había entrado en una etapa de síntesis de los hallazgos que a lo largo de su trayectoria escultórica había ido explorando. Llegar a esculpir ideas y sensaciones era su objetivo; de ahí su insistencia en la importancia de la luz creadora de las formas de su escultura que, progresivamente, se adentraba en la abstracción. Un proceso que la enfermedad interrumpió.

Tras su estancia en Zaragoza en 1951 el matrimonio Condoy continuó viaje a Valencia. Visitaron Requena, el pueblo del padre de Honorio, y Utiel, donde vivían sus hermanas. Regreso a París y en octubre de 1952 hizo el último viaje a Zaragoza, mortalmente enfermo. El 1 de enero de 1953, Honorio García Condoy, el Galápago, como era conocido por aquella manera suya de vivir siempre como dentro de una concha, al decir de González-Ruano, murió en un hospital de Madrid.