Hace 30 años, desde Juegos de la edad tardía (1989), que Luis Landero (Alburquerque, 1948) viene explorando la épica del hombre medio o incluso mediocre. Ha escudriñado los recovecos del hombre (casi siempre son varones) del montón. En el claroscuro de las contradicciones de sus personajes se refleja turbiamente el de los propios lectores, que pueden sentir que la ficción de Landero habla de ellos de forma oblicua, unas veces con ironía afilada y otras con compasiva ternura. Estos materiales insuflan una densa humanidad y una fuerte coherencia a su obra, incluidos sus libros más autobiográficos como El balcón en invierno (2014).

En Lluvia fina no se sustrae a esa coherencia ni a la radiografía de interiores humanos, pero trae la novedad de sustituir al individuo inadaptado, extravagante o inmaduro por un cuadro familiar. Ello le obliga a trabajar con un protagonista coral, porque cada miembro de la familia posee no solo una voz sino una versión distinta del pasado compartido. Quienes tienen el control de la familia son los hermanos Sonia, Andrea y Gabriel, que convierten a Aurora, la esposa de este, en oyente de sus desahogos. Al margen de ese guirigay bien ordenado quedan Horacio, exmarido de Sonia, y la madre, para cuyo 80º aniversario Gabriel propone organizar una fiesta. Horacio y la anciana quedan fuera de foco porque encierran la clave del temblor que ha resquebrajado los cimientos de la familia.

Solo las familias desdichadas, que lo son cada una a su modo, son carne de novela (como sabía León Tolstói). Esta es una familia podrida en sus raíces y los hermanos se dedican, con sus confidencias, a desenterrar esa corrupción. Landero exhibe ante el lector los recuerdos de cada uno, las razones ya dichas y las calladas, los rencores estofados durante años en el fuego lento del victimismo, las querellas íntimas.

No son ajenos a ese pozo de cieno la muerte temprana del padre, el insensible pragmatismo, el favoritismo y la insensibilidad de la madre y, ante todo, el matrimonio forzado entre Sonia, con solo 15 años, y el siniestro Horacio que le dobla la edad y cuya monstruosidad no se revela sino en el momento más pertinente. Con la confrontación de recuerdos y versiones vuelve a jugar Landero con la perspectiva múltiple del relato, pero aquí no es un juego técnico sino que tiende a mostrar que la verdad puede acabar sucumbiendo.

Aunque la víctima auténtica es la que se limita a escuchar: Aurora. La escuchadora impecable y comprensiva, siempre dispuesta, con la que todos se sienten comprendidos y a la que vuelcan su carga de basura mental. La fiesta de cumpleaños acelera e intensifica esa descarga tóxica y Aurora se va saturando con el flujo continuo de indigestas revelaciones hasta ser la que lo ve todo y lo sabe todo. Pero la bondad pasiva del confidente también tiene un trágico punto de saturación. La novela, excelente.

LLUVIA FINA

Luis Landero

Tusquets

272 páginas