La peste nació en una charla de cañas. El director Alberto Rodríguez y el guionista Rafael Cobos se estaban tomando unas cervezas en Sevilla y, viendo la calle, se preguntaron cómo sería la ciudad en el siglo XVI. En aquella época era la urbe más importante de Occidente, tenía un 10% de población negra, existía la esclavitud y había barrios enteros que eran un prostíbulo. La peste es hoy una serie de televisión que Movistar estrenará el año que viene y que marca un antes y un después en la historia de la pequeña pantalla en España. Es un peliculón de seis capítulos y 10 millones de euros que ha visto cómo el festival de San Sebastián le otorgaba espacio en la sección más noble: la oficial (fuera de concurso, eso sí). «Espero que el cine no desaparezca. Los festivales no deberían perder su identidad, pero creo que la televisión y el cine pueden convivir perfectamente», explica Rodríguez, en cuyo currículo (La isla mínima, El hombre de las mil caras) también está la dirección de varios capítulos de Hispania.

La peste no es Hispania. Ni Águila roja. Ni Isabel. La peste es otra liga, palabras mayores. Su equipo incluye un documentalista que se ha pasado dos años averiguando cómo era Sevilla en el siglo XVI. Cuidada hasta el extremo, la serie incluye detalles que serán apreciados por el espectador. Por ejemplo, descubrir cómo eran los palillos para hurgarse los dientes en aquella época o cómo vivían los niños en el siglo XVI. «Queremos que el espectador pasee por la Sevilla del siglo XVI», explica Rodríguez tras dejar claro que en la serie no aparecen los grandes hombres que sí salen en los libros de Historia.

Pablo Molinero es el actor protagonista. Da vida a un hombre buscado por la Inquisición por imprimir libros prohibidos. Una vez preso, le prometen la libertad a cambio de que resuelva una serie de crímenes con tintes diabólicos que azotan a Sevilla, diezmada por la peste negra. Él acudirá a un viejo amigo (Paco León) para emprender la tarea.

Esfuerzo de producción

Hay escenas de La peste que están iluminadas con dos velas (algo nada habitual en la ficción española de la pequeña pantalla). También hay niños que no pueden ser más diferentes a los repelentes chavales que aparecen normalmente en las series. El inmenso esfuerzo de producción se ve nada más empezar el primer capítulo, con una mísera y sucia Sevilla recreada a lo grande, con chabolas donde muchos malviven y palacios donde unos pocos disfrutan.

Humilde como pocos, Rodríguez no tiene claro que La peste vaya a marcar un antes y un después en la historia de la TV. Lo que sí tiene claro es que es una serie hecha con «mucha libertad y cero presión» por parte de Movistar, compañía que también tiene entre manos Gigante, el nuevo trabajo de otro realizador: Enrique Urbizu.

«Ver La peste en San Sebastián implica que las fronteras se están borrando. Esa máxima de cine bueno tele mala ya no tiene sentido», añade Paco León, que se ha puesto bajo las órdenes de Rodríguez en un papel dramático muy alejado de su perfil habitual de «comicastro».