La promesa de una noche de aventura artística y medio ambiental es la propuesta de Nacho Arantegui, junto a Trarutan, para este verano. La iniciativa Malfora reunió a 54 personas en su primera sesión en Utebo, y pretende volverlo a hacer cada viernes y sábado hasta el 7 de septiembre. Hoy será a las 21.30 horas y mañana, a las 21.30 y 23.40 horas.

De un aparcamiento partía una caravana de 13 coches dirección al soto de Malfora. Los asientos estaban ocupados por personas de todas las edades: una familia, parejas de mediana edad y otras más jóvenes, un grupo de treintañeras y otro con algunas velas más en sus tartas de cumpleaños. En el camino, un par de truenos amenazaban con aguar la velada, aunque al final quedó en mucho ruido y pocas nueces: «El tiempo es impredecible, otras veces hemos tenido que cancelar la ruta», sostuvo uno de los organizadores. Los motores callaron y las luces desaparecieron; los asistentes enmudecieron a la entrada del oscuro bosque. Ambas señales indicaban que la experiencia iba a comenzar.

De la penumbra apareció un peculiar guía con una «llamada al silencio». El traje de este personaje se basa en una película soviética, aunque también recuerda a los jedis de la Guerra de las Galaxias. Sus demandas continuaron: «Dejaos tocar y arañar por el bosque, y respirad el aroma de la poesía que habita en el lugar». De repente, algo se comenzó mover, una pareja de bailarines hacían lo propio mientras una recitaba: «Lo importante es caminar, no ser caminada». La primera obra se esfumó y los asistentes proseguieron su andadura. El público quedó sorprendido por la actuación, pero también por la inmensidad del cielo estrellado de Utebo.

EL ALMA DEL RÍO Y SU DANZA

La espesura del bosque dio paso a una playa pedregosa y a su banda sonora inconfundible, el sonido del agua. La segunda obra apuntaba a la ingente contaminación de plásticos que sufren las riberas de los ríos. Junto a la del Ebro apareció una figura blanca y alargada, el «alma del río», que interpretó su danza. Dos personas participaron en esta actuación, pero el proyecto está formado por más de diez. Gonzalo Catalinas, Alfredo Porras, Teresa Lorenzo, Teresa Magallón, Milki Lee, Ester Vallejo y Ana Vallejo son los artistas que dan forma a cada pieza. Tras las bambalinas está el equipo artístico de Trarutan, es decir, Cristina Berlanga, José Castán, Alberto Monreal e Inés Colás. El vestuario, a base de telas recicladas, está diseñado por Yolanda Villajos.

Los asistentes se dirigieron a un pequeño anfiteatro natural. Una música y un canto propio de los árboles inundaron el espacio. El cierzo y las ramas acompañaron la actuación, al igual que las anteriores. «Grabad en vuestra piel el tacto de la brisa, el sabor de la humedad de la tierra, oled el silencio, abandonaos al movimiento de la escucha», recitaban una de las artistas. El momento se prestaba a cerrar los ojos y dejarse envolver por la calma, pero la percusión apareció con su mensaje: «Quitas vida a los bosques, ramas secas que arrancas y talas, árbol negro que en su bosque ya no hay nada», proseguía la canción. Nacho Arantegui dedica su carrera artística a trabajar el land art o arte ambiental, basada en la estrecha unión entre el paisaje y la obra. «Siempre digo que el paisaje tiene alma, me relaciono con el entorno y a partir de esas conversaciones y emociones surge la obra», reconocía.

En fila de uno, cual hormigas, el público caminó una vez más hacia su próximo destino. El trayecto de una obra a otra también tenía su propia banda sonora: grillos, pájaros y demás animales interpretaban la canción del verano. La hilera se detuvo frente a «la entrada al vacío, hacia donde nos ha llevado el progreso», aseguró el guía. Una escultura se encontraba al otro lado, con la que el director del proyecto pretende crear una reminiscencia de Chernóbil y Fukushima. La pieza está situada en una antigua escombrera. A primera vista no lo parece, pero si se escava ligeramente surgen plásticos, loza, extintores y demás desperdicios sobrantes de la construcción. Arantegui recorrió el soto de Malfora y recopiló materia que le ayudó a construir el itinerario de la ruta. Su máxima es que «los artistas trabajen a partir de su relación con el entorno, que interaccionen con él y a partir de ahí que fluya la obra», afirma. Por ello, le pidió al escritor y poeta Miguel Ángel Ortiz Albero que visitara el espacio y escribiera un texto, base de inspiración para el resto de creadores.

UN BOSQUE DE RECUERDOS

En la séptima parada se encontraba otro escenario natural, en este caso la pieza no debía que ser escuchada sino vista. Dos artistas encarnaban la vida del bosque y los movimientos de sus árboles. Este lugar, que el pasado viernes acogía una danza aérea, presenció años atrás los juegos y fantasías de Arantegui y sus amigos. «Con 10 o 14 años te ibas a hacer cabañas y a explorar, y todo esto te parecía de una dimensión… nutría el espíritu aventurero», recuerda el artista. Una época en la que solo había dos canales de televisión y Los cinco eran los influencers del momento.

El público se encaminaba ya hacia «el comienzo del fin», según el guía. Un pasillo de enormes ramas conducía a la última obra: El testamento del hielo. Los presentes lo atravesaron dispuestos a participar en una herencia conjunta para las generaciones futuras. Por el lugar retumbaba «el lamento de los icebergs», un sonido que impactó en cada uno de los asistentes. Con esta imagen de fondo el guía se dirigió por última vez al público: «Para que estas palabras tengan sentido espero que germinen en vuestro ser, que tengan eco en otros seres y que transmitáis el mensaje…».