Siempre he pensado que hay que ser muy valiente para escribir sobre las personas que estaban ya ahí, formando parte de nuestro árbol genealógico, cuando nos asomamos al mundo por primera vez. Y qué bonito puede hacerse si se sabe contar, si se consigue que las palabras dibujen los rostros y las acciones de quienes se entregaron a la difícil tarea de darle a la vida intensidad y aventura, arrojo y valentía, traducido todo ello en la toma de difíciles decisiones que se acaban convirtiendo en referentes para las generaciones futuras.

Esta es la historia de una familia como cualquier otra, lo que es lo mismo que asegurar que esta es la historia de una familia que no se parece en nada a ninguna otra, con personajes inmortales, de esos que jamás habrán de escapar de la memoria de cualquier lector que los haya escogido mientras andaba a la búsqueda de páginas envolventes y emotivas, de páginas verdaderas. Este es un libro maravilloso porque nos conduce a la reconciliación con aquellos gestos, rincones, ruidos y códigos que nos persiguen desde la infancia, época a la que, según dicen, siempre se desea volver. La narración seduce a través del logro que supone fusionar la sensibilidad con los detalles, y construye un mosaico perfecto de la realidad social del pasado, aquí y en otros lugares, pues este viaje pasional también es físico, en barco y en avión, en realidad y en sueños, en lo que fue y en lo que pudo ser, en presencias y en ausencias, en búsquedas y en encuentros.

El que escribe es, en estas memorias, el bisnieto, que a su vez es el nieto, el hijo y finalmente el padre. Pero sobre todo es el observador que plasma lo mejor de cada uno, con humor, serenidad, belleza y mirada lúcida, convirtiendo cada anécdota en un homenaje irrepetible. Qué complicado es colocarse frente a lo vivido y dedicar años y años a ordenar fechas y sentimientos para que no difiera demasiado lo que uno ve y siente de lo que uno vio y sintió a una edad en la que todo se veía y se sentía de otra manera. Es muy fácil enamorarse de estos protagonistas, sin excepciones que valgan, incluso de los que en un primer arranque invitan a la desconfianza, tan capaces de pisar firme en terrenos pantanosos o de nadar en arenas movedizas, maletas en mano y disciplina férrea en cada poro de su piel. Y puntualidad británica, claro.

Poco después de que el abuelo del autor emprendiera viaje a Venezuela con la intención de hacer fortuna, las circunstancias obligaron a la abuela a emigrar a Inglaterra, dejando a sus tres hijas al cuidado de su madre en su Galicia natal. Da gusto seguirle los pasos a dicha abuela, que abrió fronteras y cerró prejuicios.

Las anécdotas se suceden en este periplo que perduró en el tiempo, salpicado de las idas y venidas que la situación permitía. Esta es una historia de las que me gustan, una especie de mirada hacia uno mismo cuyo presente está condicionado, y enriquecido, por las vidas vividas de los que llegaron antes, y donde la ficción se fusiona con la realidad sin importar dónde termina la una y dónde empieza la otra. Hay que zambullirse en la literatura y permitirle que entre en nosotros, que nos inunde y que nos haga sentir desbordados. Entre otras cosas, la magia de los libros consigue que a pesar de encontrarnos tan alejados en el tiempo y en el espacio de algunos personajes, no nos resulten ajenos, y nos veamos de repente evocando momentos propios, que creíamos relegados al olvido, como si un resorte se hubiera accionado y quedáramos obligados a mirar al ayer. No cabe ninguna duda, pues, de que me siento encantado de haber descubierto Virtudes (y misterios), de Xesús Fraga, publicado por la editorial Xordica, obra galardonada con el Premio de Novela Blanco Amor 2019. No cabe duda, pues, de que ha supuesto un gran disfrute vivir este recorrido, en el que se procura que nada quede por decir.