"Si miras una de las fotos, es una escolar aburrida, sin mayor interés. En otra foto en cambio, aparece como una mujer muy bella, con un evidente poder sexual". El escritor Paul French (Londres, 1966) está hablando de Pamela Werner, una joven británica de 19 años, cuyo asesinato en el Pekín de 1937 conmocionó a toda China. En una noche especialmente fría, el cuerpo atrozmente mutilado de Pamela apareció junto a la Torre del Zorro, un lugar siniestro, que los pequineses trataban de evitar. Habían vaciado su sangre y arrancado el corazón. El valioso reloj que llevaba puesto al morir seguía intacto en su muñeca. El crimen causó pavor entre la comunidad de expatriados, que hasta entonces se creía intocable. Reporteros internacionales, del americano The New York Times y del británico The Times entre otros, dieron cuenta de la brutal agresión.

"Ocurrió en un momento especialmente turbulento, en el que los japoneses estaban a punto de invadir China. Un equipo conjunto de detectives chinos y británicos trató de dar con el asesino, pero nunca lograron resolver el caso", explica French en Londres, días antes de viajar a Madrid para participar en el encuentro Getafe Negro. Él ahora, después de seis años en los que ha revisado y descubierto documentos inéditos, cree haber encontrado al autor del crimen.

Su novela Medianoche en Pekín, que ha publicado Plataforma Editorial, es un thriller que va reconstruyendo las circunstancias en que se produjo aquel suceso. Una novela negra, basada en un hecho real, que se ha convertido en un best seller en el mundo anglosajón. "Estaba viviendo en Shanghái y andaba revisando los 20 y 30 cuando me encontré con las noticias del asesinato".

Gran experto en la historia y la sociedad china, French habla mandarín y ha vivido dieciocho años en el gigante asiático. "Todos los detalles del caso quedaron reseñados por los inspectores policiales en doble copia, en chino y en inglés. Los documentos chinos posiblemente fueron destruidos, pero la copia en inglés fue a parar a la embajada británica y de ahí a Londres. Cuando llegaron los papeles a la capital, había estallado la segunda guerra mundial, llovían las bombas de los alemanes y las preocupaciones eran otras. El caso se olvidó. Las cajas quedaron en la Biblioteca Nacional. Allí fue donde las descubrí".

Pamela Werner era la hija adoptiva de un antiguo cónsul británico, un académico experto en sinología. "Posiblemente fue el bebé que no quiso algún refugiado ruso, que habría llegado, como otros muchos miles, huyendo de la revolución bolchevique", señala French.

A diferencia de los hijos de otros expatriados, que llevaban una existencia totalmente ajena al mundo que les rodeaba, ella hablaba mandarín y comprendía bien la cultura china. Cuando murió estaba a punto de ir a la universidad. "Empezaba a salir con chicos, a tener novio y a darse cuenta de su poder como mujer". Era una chica algo solitaria, inocente, demasiado confiada quizás. En el Pekín de entonces abundaban los tugurios y los lupanares, los fumaderos de opio los chulos y las putas.

El historiador y ahora novelista ha hurgado en la "fascinante y decadente" comunidad internacional, de los últimos días del Pekín colonial. "Los extranjeros vivían casi por encima de la ley. Las autoridades en China eran demasiado débiles para decirles lo que debían hacer. Había un grupo especialmente interesante de rusos blancos que habían dejado Rusia en 1917. Muchos cruzaron Siberia y llegaron a China. Eran al menos 100.000, sin pasaporte, ni embajada. Se hallaban en situaciones terribles".

Más de tres cuartos de siglo después, el crimen ha sido reconstruido como un apasionante rompecabezas, hasta descubrir la identidad del asesino de Pamela Werner. Un premio que los buenos lectores alcanzarán. De paso French ha hecho además un valioso retrato del fin de una época.