Es el director vivo más importante de Rusia. Su nueva película, Sin amor (Aragonia), ya ganó el premio del jurado en el festival de Cannes y en unas semanas podría proporcionarle el Oscar. En su último filme, Andrey Zvyagintsev parte de la historia de un matrimonio al borde del divorcio que lucha por encontrar a su hijo desaparecido para ofrecer un retrato desolador de la sociedad de su país.

-¿Cree usted que, para un director ruso, es posible hacer películas que no sean políticas?

-La inquietud que quiero transmitir con Sin amor tiene que ver con la condición humana, no solo con Rusia. Sé que en muchas de escenas de la película podemos oír noticias sobre la crisis ucraniana en la televisión o en la radio, pero en realidad son un mero telón de fondo. Y es cierto que la historia arranca en el 2012, cuando en mi país había esperanzas de un aperturismo político que finalmente no se produjo, y eso instauró el desencanto y el fatalismo entre mucha gente. Pero creo que la historia es universal: nos recuerda que el capitalismo ha propagado la corrupción, que las relaciones humanas se han convertido en meras transacciones y que el narcisismo se ha apoderado de la gente. Eso pasa en todo el mundo.

-En todo caso, la película retrata Rusia como un lugar en el que las instituciones son fallidas.

-Bueno, es una película realista. Se han perdido derechos como la libertad de expresión. La policía ha dejado de servir a la gente para convertirse en un escudo para proteger a los poderosos. Y, en general, Rusia se ha aislado del resto del mundo, y eso es terrible. No quiero que Sin amor sea entendida como una declaración política. Yo no soy un hombre político; no leo la prensa, de hecho ni siquiera tengo televisión. Ahora bien, si sirve para abrir un debate entre aquellos en mi país que se niegan a mirarse al espejo y aquellos que asumen la necesidad de cambios, me parece bien.

-¿Es consciente de que los dos protagonistas de Sin amor son gente detestable?

-Sé que provocan reacciones negativas, pero no son monstruos, sino gente completamente normal; personas que sueñan con ser felices y que, para lograrlo, están dispuestos a romper con sus obligaciones. Su hijo, por ejemplo, se ha convertido para ellos en una carga. Sí, ella es adicta a los móviles y las redes sociales, pero tendría usted que haber visto la cantidad de luces que se encendían constantemente en el patio de butacas durante la proyección de mi película en Cannes.

-Su anterior película, Leviatán, fue duramente criticada por el Gobierno de Putin. ¿Cómo le afectó eso a nivel profesional?

-No cambió nada, no me metieron en la cárcel ni intentaron impedir que ruede lo que me dé la gana. La única diferencia es que Leviatán había sido financiada en parte con fondos públicos y Sin amor no ha contado con esas ayudas, pero porque no las pedimos. Asimismo, en Rusia hay una ley que prohíbe el uso de palabrotas en las películas, y Leviatán está llena de ellas. Me dio pena que el público ruso tuviera que ver una versión higienizada.

-Es el director ruso con más proyección internacional. Eso hace que la prensa de su país a menudo lo acuse de hacer películas diseñadas para la exportación. ¿Le molesta?

-Si mi cine es bien acogido en Occidente, eso significa que soy capaz de comunicarme con todo el mundo usando un lenguaje común. A causa del éxito que mi cine tiene en el extranjero, me han atacado por hacer mala publicidad de Rusia, pero eso no tiene ningún sentido: si critico a mi país es porque soy un verdadero patriota. Pero no me sorprende. Cualquiera que no hable de él en términos inequívocamente elogiosos es acusado de hacer propaganda antirrusa.