El novelista de origen libio Hisham Matar tenía 19 años y estudiaba arquitectura en Londres cuando su padre desapareció. Jaballa Matar era un diplomático y líder de la disidencia contra el dictador Muamar Gadafi. Los servicios secretos de Egipto se lo llevaron de la casa donde vivía la familia en El Cairo y lo entregaron a agentes del régimen libio. Un jet privado lo traslado a Trípoli. Allí le encerraron en la temible prisión y centro de torturas de Abu Salim, donde desapareció. La tesis más probable es que muriera en la masacre que tuvo lugar en el penal en 1996, cuando fueron asesinados 1.270 detenidos. Lo cierto es que los suyos nunca volvieron a verle. Para Matar comenzó la larga y desesperada batalla para saber qué ocurrió con su padre.

El regreso (editorial Salamandra) su última novela, es la culminación de esa búsqueda y el reencuentro con el país de la infancia. El relato, autobiográfico como sus dos novelas anteriores (Solo en el mundo e Historia de una desaparición), arranca con el viaje que en marzo del 2012 Matar realizó de vuelta a Libia. Le acompañaban su madre y su esposa, una fotógrafa americana. Gadafi había muerto, florecía la primavera árabe y en el país, la euforia se mezclaba con el miedo y la esperanza. Matar narra con delicadeza y pasión la dolorosa historia de su familia y al mismo tiempo la de su país. Entrelaza presente y pasado, pequeñas cosas, gestos íntimos, sabores de comidas, abrazos y palabras de consuelo con las crueldades de la dictadura, la urgencia política y las situaciones extremas.

«No he tratado de buscar una solución o dar un veredicto. No escribo para resolver o documentar algo. Lo que he intentado es hacer arte, literatura, a partir de las cosas que me preocupan. Pero cuando alguien desaparece y hay una masacre es muy difícil hablar de arte. En el libro he podido reunir muchas cosas, situándolas, no solo al mismo nivel, sino además conectándolas». Matar habla con voz suave y pausada en el estudio al oeste de Londres, claro y silencioso, en el que trabaja. Reconoce que hubo momentos muy difíciles cuando estaba escribiendo el libro, pero al mismo tiempo fue una inmersión muy excitante. «A menudo te dices que es mejor no acercarse demasiado al fuego, pero al mismo tiempo cuando estás en medio del fuego te sientes vivo, lleno de creatividad. Es una sensación contraria a la impotencia. Cuando no sabes lo que le ha pasado a tu padre, no sabes dónde está, puedes caer en un estado de desposesión e impotencia absolutos».

La búsqueda se convirtió en una obsesión, particularmente absorbente cuando era muy joven. Pasó años de ira, rencor y zozobra copados por las indagaciones. «Me di cuenta de que tenía que parar porque iba a destruirme. Ahora lamento ese periodo, porque la obsesión, de cualquier tipo, es claustrofóbica, un camino sin salida». Años más tarde, como último recurso en esa búsqueda, Matar llegó a encontrarse en un hotel de Londres con el hijo de Gadafi, Saif al-Islam Gadafi. Un pasaje de la novela muy revelador sobre aquel siniestro personaje, adulado por ciertas élites londinenses. «Fue una decisión peligrosa, porque ellos tenían mucha experiencia en comprar gente, en destruirles y en forzarles. Estaba tratando con un oponente que era mucho más peligroso y experimentado. Afortunadamente me ayudó un amigo que sabía de todo esto mucho más que yo. Me he preguntado después muchas veces si debí correr aquel riesgo». Su propio padre, en una de las tres cartas que logró hacerles llegar cuando estaba en la cárcel, le pidió: «Hagas lo que hagas, no vengas a buscarme». Era una forma de decirle que evitara volver al país y también que viviera y se ocupara de construir su propia vida. En su regreso a Libia, Matar no quiso visitar la cárcel de Abu Salim, ya vacía, después de que los presos liberaran a los rebeldes. «Hay que saber lo que uno puede soportar. Mi padre no estaba en la cárcel, no iba a encontrarle allí. Supe que era algo que podía ahorrarme, que no me iba a revelar nada».

CAMPAÑA DE DENUNCIAS

El novelista recuerda con pesar cómo en el 2004 Tony Blair, entonces primer ministro británico, viajó a Libia para estrechar la mano de Gadafi. Aquel reconocimiento internacional, al que se apuntaron otros países, fue un balón de oxígeno para el régimen. «En términos reales, aquello amplió la vida de la dictadura, la hizo más fuerte, más poderosa. Como sabemos, Estados Unidos y Gran Bretaña jugaron un papel en la entrega de disidentes libios. Fue un capítulo vergonzoso». La campaña de denuncias, respaldada por artistas, escritores, abogados y políticos, exigiendo saber el paradero de su padre culminó con una sesión en la Cámara de los Lores. «Fue el reconocimiento de las injusticias que se habían cometido, un momento muy emocionante, un momento también en el que mi parte británica y mi parte libia conectaron».