La guerra en el mar empezaron ganándola la Alemania nazi y la fuerza naval japonesa, pero después, gran parte del mérito de la victoria final aliada se debió a la superioridad de la flota estadounidense en el Pacífico, como cuenta Craig L. Symonds en La segunda guerra mundial en el mar: una historia global (La esfera de los libros).

Nada más desatarse las hostilidades, en septiembre de 1939, el almirante alemán Karl Dönitz fue el impulsor de los ataques indiscriminados contra los buques comerciales aliados que navegaran por el Atlántico, utilizando para ello su gran flota de submarinos U-Boote (abreviatura del alemán Untersee-boot, -nave submarina-). La táctica utilizada por los comandantes de los sumergibles fue denominada Rudeltaktic -ataque en manada- por lo que a aquellos temibles submarinos pronto se les conoció entre los aliados con el nombre de lobos grises, los cuales, solo entre el 2 de septiembre y el 2 de diciembre de 1940, lograron hundir un total de 140 barcos británicos o aliados, acumulando 850.000 toneladas de carga destruida.

Poco más de dos años después, el 7 de diciembre de 1941, el almirante Naguno al frente del Kido Butai (flota aérea de la Armada Imperial) tras emitir un mensaje establecido en clave: «Tora, Tora, Tora» (Tigre, tigre, tigre) lanzó una gran ofensiva aérea contra la flota estadounidense fondeada en Pearl Harbor (islas Hawái). Los más de 300 aviones japoneses que participaron en las dos oleadas del ataque dañaron o hundieron 18 buques, destruyeron 188 aviones y causaron la muerte de 2.403 militares estadounidenses. En respuesta a aquel día de la infamia, el presidente Roosevelt declaró la guerra a Japón y entró en la Segunda Guerra Mundial del lado de Gran Bretaña, Francia y sus aliados contra el Eje Roma (Mussolini), Berlín (Hitler), Tokio (emperador Hiro Hito).

Proyectiles radioguiados

Posteriormente, ya situados en el año 1943, se produjo la desafección de la flota italiana respecto al gobierno fascista de Mussolini. Pero cuando el 9 de septiembre de 1943 el acorazado Roma (buque insignia de la Regia Marina) se dirigía a Argelia para entregarse a los aliados, el barco fue hundido por misiles Fritz-X alemanes teledirigidos, siendo los primeros proyectiles radioguiados de la historia. Más de 1.300 marinos perdieron la vida, y solo 500 náufragos pudieron ser rescatados por naves italianas que los condujeron hasta el puerto de Mahón (isla de Menorca) donde fueron atendidos en el hospital militar de la isla del Rey y posteriormente acogidos por la población menorquina, permaneciendo varios meses en la isla balear.

Así mismo, también fue un hecho de guerra naval la fascinante historia de cómo los aliados consiguieron desvelar el código de cifrado y descifrado de mensajes de la máquina alemana Enigma. Todo se debió a un golpe de suerte, tras la captura, el 9 de mayo de 1940, del submarino alemán U-110 por varios destructores británicos, frente a las costas de Groenlandia. Al abordar el sumergible, el comando británico descubrió intacta una máquina Enigma que rápidamente fue llevada a Gran Bretaña, donde un equipo de matemáticos logró descifrar sus códigos secretos, sin que los alemanes tuvieran conocimiento de aquel hecho decisivo para el devenir de la guerra.

En consecuencia, de manera totalmente sorpresiva para las tropas de Hitler, llegó el llamado Día D (6 de junio de 1944) en que se produjo el desembarco aliado en la costa francesa de Normandía, con 284 buques de guerra, 2.000 barcos anfibios y casi 287.000 soldados aliados (principalmente estadounidenses y británicos) a bordo. No obstante, en la playa de Omaha las defensas alemanas provocaron más de 2.000 bajas entre los soldados americanos. Steven Spielberg describió magistralmente (inspirado en fotografías que hizo el fotorreportero Robert Cappa) cómo de sangriento resultó aquel desembarco en la primera escena de su película de 1988, Salvar al soldado Ryan.

Así mismo, los kamikazes aparecieron por vez primera en octubre de 1944 durante la invasión estadounidense de la isla filipina de Leyte. Entonces el almirante japonés Taijiro Onishi decidió la organización de una unidad de ataque especial (tokkotai) formada por pilotos dispuestos a morir estrellando en picado sus aviones contra los barcos estadounidenses, a quienes los aliados dieron el nombre de kamikazes, con el significado de «viento divino», en japonés. Una de sus decenas de víctimas fue el crucero americano Indianápolis, cuando el 30 de marzo de 1945 un kamikaze consiguió estrellar su avión contra la cubierta del barco, durante la batalla de Okinawa. No quedó sin embargo hundida la nave, y en julio de 1945 el Indianápolis fue el barco encargado de trasladar la primera bomba atómica, Little Boy, hasta la isla de Tinian, en las Marianas. Tres días después de realizar la entrega, el 30 de julio, el Indianápolis -esta vez sí- fue hundido por un submarino japonés cuando navegaba por el archipiélago de las Filipinas.

El 6 de agosto de 1945 era lanzada por Estados Unidos la primera bomba atómica de la historia sobre Hiroshima y tres días después lanzaba una segunda sobre Nagasaki. Como consecuencia de la devastación nuclear y las decenas de miles de víctimas que causaron, llegado el 2 de septiembre de 1945, el ministro de Asuntos Exteriores de Japón, Shigemitsu, firmaba a bordo del Missouri -fondeado para la ocasión en la bahía de Tokio- la rendición definitiva del país ante el general estadounidense MacArthur. La Segunda Guerra Mundial había terminado, pero al terrible precio de la vida de 60 millones de personas, el 3 por ciento de la población mundial de aquellos terribles días en la historia de la Humanidad.