Los lomos, con las cicatrices del uso; la mirada, heterogénea; la voz, políglota. Son las sensaciones que susurra hoy la biblioteca personal de Salvador Dalí, los únicos 4.333 volúmenes que se conservan de una colección que se presume que fue extensa y formada compulsivamente, con avidez, como todo en la vida del genio ampurdanés, de quien el martes se cumplirá el centenario de su nacimiento.

En su génesis está la semilla de la lectura sembrada por su muy burgués padre, notario de Figueres, que ante la cabezonería del hijo por convertirse en artista le inundó con revistas y libros sobre pintura para completar su vocación. Después, la voluminosa presencia de la biblioteca familiar, la de un liberal, que Dalí desgrana "con desazón y sin ningún orden", como escribió después. El resultado: "La enseñanza atea y anarquizante de los libros de mi progenitor" y una nada desdeñable pasión por los filósofos. "Empecé a leerlos en broma y acabé llorando con ellos", escribió. Ese llanto tuvo dos hitos: Immanuel Kant, su favorito --"no entendía absolutamente nada, y eso sólo ya me llenaba de orgullo y satisfacción"--, y el Diccionario filosófico de Voltaire.

De esas pasiones de juventud de principios de los años 20 no queda prácticamente nada. Quizá el ejemplar dedicado de Un verso para una amiga , de Manuel Altolaguirre, datado en 1930, sea uno de los escasos vestigios. Lo que hoy conserva en la Torre Galatea de Figueres la Fundació Gala-Salvador Dalí ordenado temáticamente es una biblioteca moderna, formada entre mediados de los años 30 y finales de los 50, que procedía de la casa de los Dalí en Portlligat, donde los libros estaban sin un orden especial.

Pero había un centenar que gozaban de un privilegio: reposaban en un armario del dormitorio del pintor. En su mayoría eran ejemplares de las Editions Surréalistes, y hoy están en una habitación especial con 206 más, los que contienen anotaciones, dibujos o dedicatorias del propio pintor. Porque Dalí escribía, con su letra delgada y llena de faltas de ortografía buscadas y no, en los márgenes de los libros más sugerentes. O, si lo creía necesario, arrancaba la página, como en algún tomo de la Enciclopedia Espasa .

La etapa surrealista es hablar de libros dedicados del jefe de grupo, André Breton. Primero, en 1930, el inventor del famoso anagrama Avida Dollars los firma por separado a Gala y a Dalí; seis años después, el recordatorio será conjunto. Surrealismo es, también, ver ejemplares de Paul Eluard, primer esposo de Gala, y de René Crevel, uno de los amigos más fieles de la pareja, autor del panfleto Dalí y el antioscurantismo y proverbial conexión del pintor con la mecenas americana Caresse Crosby, quien acogió al artista en EEUU, le encontró editor para La vida secreta en 1942. O hallar la obra de Raymond Roussel, según Dalí "el más grande de los escritores imaginativos franceses".

Dos novelas destacan, entre todos los anaqueles, por su desgaste. A rebours , de Joris-Karl Huysmans, ya no tiene ni lomo. Es evidente que el protagonista en crisis ante la transformación de la realidad inspira a Dalí, que en La vida secreta se compara con él. La otra obra es Gradiva , de Wilhelm Jensen, donde encuentra inspiración para el mito de Gala.

La musa también dejó huella bibliográfica. Era una excelente lectora, como demuestran los cerca de 250 libros en su lengua, el ruso, que han sobrevivido. Gala, además, leía en voz alta para Dalí, sobre todo Balzac, uno de sus autores favoritos, con una treintena de títulos conservados. En realidad, si alguna literatura y alguna lengua destaca en número es la francesa, que el pintor dominaba. La influencia no sólo fue estética, sino que acabará siendo ideológica, escorada en el ideario católico de Maurice Barr¨s y Charles Maurras, y rematado por Spengler, cuya traducción de La decadencia de Occidente es una vieja lectura.

LITERATURA DEL YO

El otro polo conceptual está en la obra de quien desveló en él "la idea de Dios", el Friedrich Nietzsche de Así hablaba Zaratustra , lectura de juventud que le ocupó sólo tres días y que, primero, le llevó a imitar al autor con los bigotes y las patillas y, en segunda instancia, a "desarrollar" sus "instintos antisociales y antifamiliares", hasta querer ser "el Nietzsche de lo irracional".

La casualidad no puede explicar los bastantes volúmenes sobre la literatura del yo. Porque, salpicando los estantes, aparecen diarios, memorias y correspondencias de Descartes, Barr¨s, Julien Green, André Gide..., que debía de leer también, ávido, con esos ojos desorbitados con los que subvirtió el mundo.