Hacer visible el paso del tiempo es el propósito de la escenografía visual que David Latorre (Huesca, 1973) realiza en espacios abandonados o en ruinas, a punto de desaparecer, valiéndose de un amplio registro de fotografías que documentan la acción desarrollada en esos lugares inciertos. Señala con acierto Régis Durand que la experiencia fotográfica es melancólica pues en ella encontramos ese defecto de simbolización que hace que nuestro sentido de lo real se encuentra más o menos perturbado: por un lado se pide a la imagen fotográfica que dé testimonio de una realidad con un estatuto cada vez más incierto, que nos asegure en cierto modo su existencia; y por otro, ha de contrarrestar la ausencia, ese alejamiento, con una profusión de formas que disimulen el tan temido vacío. Puede suceder que una imagen realice ambas funciones a la vez: presencia y ausencia; y es, precisamente, en esta ambivalencia donde se apoya la melancolía fotográfica. Como ocurre en las fotografías de David Latorre.

En 2008 Latorre presentó en la galería Antonia Puyó Mise en scène. Último acto, una secuencia de fotografías y esculturas de la intervención realizada hacía unos años en una casa de la antigua calle Casiopea, nº 14, actual Avenida Valdemarín s/n, en el término municipal de Aravaca, en Madrid. El proceso de trabajo, registrado fotográficamente, sigue la metodología habitual en sus proyectos: la elección del lugar continúa con la acción pictórica que evidencia su configuración espacial, y finaliza cuando lo pinta completamente de blanco con el propósito de borrar las huellas de su intervención y dar luz al imaginario.

David Latorre pinta directamente sobre paredes, radiadores, enchufes, muebles abandonados, ventanas y puertas con una brillante gama cromática que los fija al lugar, delimitándolos y encuadrándolos en el anhelo de sintetizar su entidad individual con las soluciones abstractas que ocupan los muros, como si de lienzos se tratara. El uso de neones y colores fosforescentes señala el tránsito de unas habitaciones a otras y las líneas básicas de la arquitectura, lo que favorece la emergencia de una síntesis topológica de renovada geometría. El bullicio del color, la materialidad de las texturas y la valoración constructiva de las estructuras arquitectónicas que alojaban el escaso mobiliario y los enseres olvidados, son sustituidos, casi arrasados, por la densidad de un tiempo suspendido al abandono metafísico cuando David Latorre pinta el espacio de blanco.

Itinerario físico y emocional

Ocupado en un nuevo proyecto de intervención en el Centro Penitenciario de Huesca, David Latorre fue uno de los artistas invitados a participar en la exposición Petite mort. La sonrisa de Tánatos que se presentó en el Kiss Club, antiguo prostíbulo que ocupaba el primer piso de la calle Ballesta, nº 4, en Madrid. El resultado de aquella acción en el lugar abandonado lo presentó Latorre en su exposición Casa de citas y Cía, en la Casa de los Morlanes (2010). De nuevo el color y la luz definieron los espacios y perfilaron los contornos de un itinerario físico y emocional que conducía visualmente al espectador desde el amplio vestíbulo de entrada por el estrecho pasillo al que se abrían las doce habitaciones que organizaban el viejo prostíbulo. Del interior de las habitaciones solo asomaban las esquinas de lavabos y el bidé, bodegones ascéticos para borrar las huellas del deseo. Los cuerpos ausentes reclamaban su presencia en objetos perturbadores.

Escenarios de conducta tituló David Latorre su doble exposición en el Centro Cultural de El Matadero y en la Diputación de Huesca (2011), dedicada a la intervención llevada a cabo en el Centro Penitenciario de Huesca, que fue derruido en 2008 tras permanecer en desuso desde 2005. Durante ese plazo de tiempo, Latorre realizó fotografías documentales del edificio, previas al registro de las diferentes acciones que llevó a cabo en algunas de sus estancias, en un proceso que culminó con la destrucción del Centro.

Revelación del tiempo

Antoni Marí escribió en el catálogo de la exposición El esplendor de la ruina, de la que fue comisario: «Como el narrador de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, cuando entra en el baile y se encuentra con unos conocidos que no ve desde hace mucho tiempo, y se queda dolorosamente sorprendido al constatar cómo han envejecido y cómo el tiempo ha demolido su cuerpo, irreconocible,» y «son una revelación del tiempo, que ha hecho visible el paso invisible del tiempo», quien contempla una ruina siente también que es el tiempo el que ha devastado lo que el hombre ha construido y el que ha reducido a la nada la soberbia de la civilización. Hacer visible el paso invisible del tiempo, ya lo hemos anotado, es el propósito de David Latorre cuyas fotografías, instalaciones y esculturas testimonian los últimos estadios de lugares a derruir, introduciendo un cruce de temporalidades asentadas en el pasado y abiertas a la incertidumbre del futuro. Andrés Hispano sostiene que soñar la ruina de nuestro mundo y hacerlo visible puede ser visto como una bella terapia para una sociedad enfrentada a un futuro en el que el legado cultural será mayoritariamente sobre un soporte intangible. Sea como fuere, y de acuerdo con Marí, la imaginación es la que reconstruye la ruina, la que inunda de vida lo que está muerto.

El tiempo detenido en un reloj de arena introducía a quienes visitaban la instalación Arquitectura, cuerpo e indumentaria que David Latorre presentó en 2016 en la galería Antonia Puyó, convertida en un lugar de escombros y taller de costura donde «coser» las pieles de la arquitectura del antiguo Cuartel de la Merced de Huesca, derruido en 2014. Arquitectura, cuerpo e indumentaria, tres conceptos que atraviesan la trayectoria artística de David Latorre desde sus inicios. En 1999, las salas Valentín Carderera de Huesca y Lanuza de Zaragoza acogieron una de sus exposiciones más tempranas: El cuerpo. Ausencia o presencia. Del cuerpo, ausente ya de la escena solo quedan indicios en la piel de una arquitectura herida, atravesada por el olvido y la ruina. Y, pese a todo, lejos de registrar el estado de abandono, David Latorre se propone ser constructor de ruinas. Lo que cuenta es la invención, ha señalado Marc Augé, para quien la humanidad no está en ruinas, sino en obras. Un idea que hoy parece muy lejana.