Juan Manuel de Prada acaba de publicar su novela Lucía en la noche (Espasa) en la que explora el thriller a través de Alejandro Ballesteros y su historia con Lucía Álvarez, una misteriosa mujer que esconde una doble vida.

-Seré sincero. Me ha sorprendido que se haya lanzado al thriller.

-Bueno, no es la primera vez que lo hago, la novela con la que gané el Premio Planeta hace ya más de 20 años es una novela de misterio, La tempestad. Siempre me ha gustado mucho la literatura de género y siempre he pensado que desgraciadamente no hay cultivadores literarios en ella. Siempre la cultivan escritores sin esa inquietud formal o sin esa aspiración de que sus obras tengan un valor literario en sí mismas sino en confiarlo todo a los esquemas del género bien sea el misterio, lo policial o lo histórico.

-Lo que sí es innegable es que esta novela sí tiene algo de autobiográfico.

-Esta novela sí que tiene como distintivo frente a otras en las que sí he tocado el género del misterio, que es una novela más autobiográfica en el sentido que en ella está mi experiencia vital cuando hablo de un escritor fracasado que ha abandonado la escritura. Cuando hablo de un escritor que se redime a través de una mujer que ama hablo de mí mismo. Es una novela que responde a mis inquietudes.

-¿Le obsesiona la moralidad y ese enfrentamiento entre lo bueno y lo malo?

-Me atrevería a decir que es una constante de toda la literatura desde que el mundo es mundo. De lo que trata la literatura es de alumbrar la verdad humana y esta cuando más perspicaz es y más penetrantes somos lo que nos muestra es que los seres humanos no estamos hechos de una pieza. En toda personalidad auténtica hay componentes más oscuros y luminosos y que están combinados de una forma muy compleja, a veces imprevisible.

-¿En la de cualquiera?

-Ni siquiera nosotros mismos nos conocemos bien, tenemos una imagen extraordinaria de nosotros y tratamos de proyectarla y, sin embargo, todos sabemos que dentro de nosotros anida la oscuridad y al revés. Los mayores villanos de la historia tienen momentos en que imprevisiblemente su conducta no responde a esos designios maléficos. Hasta los mayores villanos se dejan arrastrar por la generosidad, por el altruismo, por el deseo de hacer el bien. Esto ocurre y a mí esa zona en penumbra de la naturaleza humana siempre me ha interesado mucho, cómo los hombres se pueden convertir en villanos y viceversa.

-¿Es de esa zona en penumbra de la que se alimenta su literatura?

-Las zonas en penumbra en nuestra naturaleza es una verdad que cualquiera puede comprobar. Yo siempre les digo a mis amigos ateos que el pecado original es el único dogma que admite una comprobación empírica. Comprobar que todos nacemos tocados por el pecado original es muy fácil. Todos desgraciadamente tenemos en nuestra naturaleza una veta maligna en contra de lo que decía Rousseau. Pero todos sabemos que estamos dotados de una libertad que nos permite reprimir esa veta maligna y este es el misterio de la naturaleza humana, que el mal está dentro de nosotros mismos pero podemos sucumbir a él o vencerlo y este es también el misterio del arte, el ser humano en lucha con el mal. Esa es la vida y su verdadera hermosura.

-Y gracias...

-Si no fuera así sería un horror porque estaría predeterminada, esto hace al ser humano una criatura única en la naturaleza, que los instintos no le vencen a pesar de que estén ahí golpeando fuerte a la puerta. Todas la novelas hablan de esta relación que tiene el ser humano con el mal.

-El homenaje a Alfred Hitchcock y a Vértigo es más que evidente en esta novela, ¿por qué?

-Yo quería escribir una novela de intriga que recordase a sus películas, llenas de sorpresas y tensión, que te mantienen en vilo del principio al fin y a Vértigo en particular porque la intriga parte del misterio de una mujer. Y toda esa labor de descubrimiento se realiza a través de la obsesión amorosa del protagonista que como James Stewart en Hitchcock desea saber qué oculta esa mujer misteriosa.

-Conforme avanza Lucía en la noche, la actualidad internacional se hace más presente...

-A través del misterio de Laura vamos descubriendo los misterios que la rodean que tiene mucho que ver con los miedos que atenazan a las sociedades contemporáneas. En la novela vamos a ver cómo tiene su protagonismo el terrorismo islámico, el conflicto en Oriente Próximo, la inmigración, la injerencia de potencias extranjeras, una serie de temas de los cuales a veces tenemos una visión muy sesgada y esquemática motivada porque hay mucha gente a la que le interesa que la tengamos. Esta novela es crítica con las versiones oficiales que son mucho más preocupantes que lo que llamamos de forma tonta, aceptando un anglicismo absurdo, fake news. Las versiones oficiales siempre proceden de instancias a las que tú concedes un prestigio, los Estados, el establishment político, económico y mediático... todos te dan unas visiones muy simplistas de problemas muy complejos. Aquí a medida que se desvela el misterio de Lucía se descorre un telón que nos permite ver las verdades complejas que se ocultan detrás de las versiones oficiales tan esquemáticas.

-¿Nadie se muestra como realmente es?

-Necesitamos engañarnos a nosotros mismos porque hay aspectos de nuestra personalidad demasiado lamentables, oscuros, demasiado sórdidos que preferimos tener encerrados en el desván. Siempre nos ocultamos, nunca nos podemos mostrar de manera transparente y mucho menos ante las personas que nos rodean. De hecho, la conquista del amor es la capacidad que tenemos para irnos desnudando ante la persona que queremos y esa persona solo nos quiere cuando nos acepta con lo que somos en ese desván oscuro. En la novela también se habla de esto y de cómo para sobrevivir a veces ante nosotros y ante los demás tenemos que ocultar una parte de nosotros.