Las nueve de la mañana no son horas para Sabina. Quizá eso lo debería haber previsto alguien cuando Gomaespuma invitó a Sabina y a Fito Páez, entonces de gira de promoción de su Enemigos íntimos, para su programa en directo en la sala Mozart de Zaragoza. El de Úbeda no acudió, ni a ese acto ni a la inauguración de unos estudios con su nombre en Radio Zaragoza. No podía ir. Cuando la noche anterior llegó al hotel Palafox se encontró con una orquesta cubana que acababa de actuar en la ciudad. El resto es imaginable, nada diferente a la leyenda que rodea a Sabina. Apenas media hora antes de su cita en el programa de radio, se tumbó en la cama. Quizá su último pensamiento fuera: "Alguien debía haberlo previsto". Fue la gota que colmó el vaso de una ya deteriorada relación entre Fito Páez y Joaquín Sabina, a raíz de la grabación de un disco, Enemigos íntimos, que aún hoy (solucionado este desencuentro), Sabina sigue sin reconocer como suyo. Y fue en Zaragoza. Así lo cuenta Joaquín Carbonell en su libro Pongamos que hablo de Joaquín. Una mirada personal sobre Joaquín Sabina (Ediciones B), que saldrá a la venta el próximo miércoles, 15 de junio.

Una sola faceta

"De Sabina hay muy poco escrito y aquí analizo su figura, desde todos los puntos de vista, desde su trabajo como creador hasta su leyenda de persona controvertida", asegura Carbonell, que enseguida aclara que, en realidad, todas las facetas de Sabina son una sola: "Su vida y su obra van unidas, no tiene una vida privada y luego se dedica a cantar y componer. Su vida y su música es lo mismo. Él canta como vive y vive como canta", explica el autor del libro. Algo que aparece también en la biografía: La canción no es para Joaquín Sabina ni un negocio, ni una vocación, ni una industria. Ni siquiera un arte. Es una forma de vivir. Su manera de entender la vida... En cada canción que compone Sabina pone alma, corazón y vida. Y nada más.

Solo dentro de este concepto, se puede comprender al Sabina más gamberro: "Un canalla no se dedica a cuidar ancianitas...", asegura Carbonell. Algo que hilvana muy bien con su relación con las drogas, un vicio que ya ha abandonado: "A mí mucha gente me había dicho que era casi imposible parar, y Maradona dice que siempre será un adicto... No ha sido mi caso, y eso que estuve muchos años tomando coca, y a diario. Yo dije un día nunca más, y ha sido nunca más. Ah, por cierto, no puedo dejar el cigarrillo...", recoge el libro de una entrevista que concedió el cantante en Argentina en el 2006.

Del alcohol y el tabaco no se ha quitado, aunque, bromea Paco Lucena, mánager del cantante, no es para tanto: "Dice que siempre lleva el mismo vaso, los demás beben y él no, solo lo rellena de hielos. Igual es que un whisky solo le afecta mucho, porque yo me lo he encontrado muy pasado de rosca", afirma Carbonell.

Y, junto a las drogas, la gran pasión de Sabina, las mujeres. No tenía problema en estar con más de una, pero quizá tiene un lugar especial la que fue su mujer, Isabel Oliart (hija del exministro), la madre de sus hijas: "Él no quería ser padre, no entraba en sus planes. Tuvo dos hijas y las vio como bichos raros a su alrededor, no las tuvo cerca consigo nunca, las crió Isabel. La paternidad es algo que le sobrepasa. Cuando ya han crecido estas chicas y cuando ya se puede conversar con ellas y, dice él, contar chistes de putas, ya las encuentra como colegas y ahí es donde recupera la relación con ellas", asevera Carbonell. La mayoría de las canciones que Sabina ha compuesto se las ha dedicado a alguna de las mujeres: "En el libro aparece a quiénes --asevera el aragonés--, guiándome por lo que me ha dicho alguna vez o por lo que me han contado".

Si en Zaragoza vivió Sabina uno de sus mayores desencuentros con Páez, Aragón siempre ha sido una tierra en la que el cantautor se ha sentido muy cómodo, razona Carbonell: "El primer concierto pagado de su historia lo dio en Zaragoza, en la Hípica, ante 3.000 personas con La Mandrágora. Luego cantó en El Plató un par de días casi gratis en 1981 y siempre encontró Zaragoza muy próxima a él. Aragón le refrendó como el sitio que le dio más acogida después de Madrid y él está muy agradecido. Siempre ha venido a Aragón y ha comenzado muchas giras aquí", concluye Carbonell. Y es que quizá Zaragoza ha sido una ciudad, como en tantas otras del mundo, donde Sabina se ha mostrado tal como es, sin reservas, haciendo auténtica una frase que pronunció hace muchos años: "Mis demonios son míos y no se los deseo a nadie".