La historia es de sobras conocida. Joven cineasta rueda ópera prima prometedora, queda enredado o enredada en los grandes estudios, acaba rodando una película que no satisface ni sus deseos ni los de sus jefes, pierde la energía y la inspiración, se rinde, o hace por hacer.

En el caso de Karyn Kusama (Brooklyn, Nueva York, 1968), esa ópera prima fue Girlfight -revelación, también, de Michelle Rodriguez-, y la película que no convenció a nadie fue Aeon Flux, adaptación convencional de una animación de vanguardia. La historia tiene aquí, sin embargo, giro inesperado e inspirador, porque Kusama no se rindió, ni siquiera cuando otro gran estudio vendió después su oscura comedia feminista Jennifer’s body como la monster movie que no era.

En el 2015, resurgió desde la independencia con La invitación, un thriller de terror de bajo, muy bajo presupuesto y alto, muy alto poder de fascinación. Los festivales de género abrazaron el regreso de Kusama con justa pasión. La taquilla fue injusta, pero Netflix acabó de convertir La invitación en fenómeno de culto.

Tan buena es su fama que ahora Kusama puede, por fin, decidir qué película hace y en qué términos. Al resto de sus proyectos no llegó la primera. Destroyer. Una mujer herida fue su película desde el principio. «Para mí fue muy estimulante -nos explica- poder desarrollar un proyecto desde cero, colaborando con los guionistas e incluso mi compositor para afianzar una visión personal».

CARA OSCURA

Y tan personal. Kusama ya pasa de rendir cuentas con nadie, ni con la industria, ni con el espectador casual. Destroyer es la película de polis más amarga y oscura vista en tiempo, además de un retrato de mujer sin tópicos sobre la feminidad. La policía Erin Bell (Nicole Kidman) es fría porque el mundo la ha hecho así. El mundo y, en particular, un incidente que se verá obligada a repasar por enésima vez en su cabeza durante la investigación de un asesinato.

Destroyer presenta, como La invitación, una cara oscura de Los Ángeles, aunque cambiando noche por día y una lujosa casa en las colinas por exteriores de luminosidad engañosa. Es fácil pensar en el William Friedkin de Vivir y morir en Los Ángeles: «Lo que más me interesó de esa película», dice Kusama, «es la fotografía de Robby Müller, cómo se capturó el área de San Pedro, la industria, la vida portuaria. En ella se nos mostraba una parte poco vista de Los Ángeles. Y, por supuesto, había grandes secuencias de acción, como esa persecución en coche aún no superada». En el centro de Destroyer hay una gran secuencia de acción, de atraco para más señas, que invita a pensar en otro clásico angelino: Heat de Michael Mann.

Manejando esa clase de referencias, Kusama desafía la idea de la clase de película que debería firmar una mujer. Como suele hacer su admirada Kathryn Bigelow, directora de un tercer clásico angelino: Le llaman Bodhi. «La he visto mil veces», dice Kusama. «Puedo ver conexiones. Pero, y lo digo como un cumplido, es sobre todo un entretenimiento. ¡La mía es más… castigadora!».

Menos masculina que feminista, pero de forma poco aspiracional, Destroyer quiere preguntar al espectador sobre los límites de su tolerancia a los personajes femeninos difíciles. «Aceptamos una humanidad complicada en los hombres, pero no tanto en las mujeres. Me gustaba que la gente se preguntara a sí misma: ¿por qué me incomoda tanto Erin?».

Durante gran parte del metraje, nuestra (anti)heroína es ilegible en términos emocionales. Y fue precisamente eso lo que sedujo a Kidman: «Le interesaba la opacidad de Erin, la ausencia de expresión, lo vacío que estaba el personaje. Bueno, en realidad, está lleno de sentimientos, pero no sabe manejarlos y no quiere mostrarlos», explica Kusama.