El 1 de junio del año 2008 se declaró un incendio masivo en Universal Studios Hollywood, sede de uno de los estudios cinematográficos más antiguos e ilustres del celuloide, así como del parque de atracciones consagrado a las películas y personajes más populares de Universal. La compañía dijo entonces que los daños habían sido relativamente modestos. Se quemaron atracciones como la de King Kong y viejas copias de películas y programas de televisión. Pero en ningún caso ardió el archivo musical de Universal Music ni las grabaciones originales que contenía, según dijo entonces la compañía. Los grandes medios reprodujeron la versión oficial, pero ahora se sabe que aquella versión no fue más que una gran operación de relaciones públicas por parte de Universal para ocultar las verdaderas dimensiones de la catástrofe.

Ha tenido que pasar más de una década para saber qué había debajo de las llamas aquella madrugada de junio. Una investigación de The New York Times, que se apoya en documentos internos de Universal y judiciales, ha descubierto que aquel día se quemó una parte muy significativa del patrimonio musical de los últimos 80 años. Una perdida que el rotativo describe como «el mayor desastre en la historia de la industria musical». Y es que no solo ardió una parte menor del catálogo cinematográfico. El fuego calcinó también el mayor archivo que Universal Music, la mayor discográfica del mundo, tenía en la costa oeste de Estados Unidos, un tesoro con decenas de miles de másteres originales de álbumes y canciones, sesiones de estudio nunca publicadas y pistas instrumentales de algunos de los grandes hitos de la música popular.

Memoria sonora del siglo

Grabaciones que son el ADN de la memoria sonora del último siglo. Y que van desde las obras cumbre del jazz, a los orígenes del rock and roll, pasando por un amplísimo catálogo de blues, folk, pop y géneros más recientes como el hip-hop y el grunge. De acuerdo con las averiguaciones del Times, se perdieron la mayor parte de las grabaciones originales de Chuck Berry y Buddy Holly; casi todos los másteres de la mítica discográfica de blues Chess, incluyendo el trabajo de Howlin’ Wolf, Muddy Watters, John Lee Hooker, Bo Diddley, Etta James o Buddy Guy.

También, los registros originales de la escudería Impulse, para la que grabaron entre otros John Coltrane, Charles Mingus, Dizzy Gillespie, Art Bakley o Sonny Rollins. O los de Decca, también adquirida en su momento por Universal: Louis Armstrong, Ella Fitzgerald o Duke Ellington.

La lista de tesoros perdidos podría bastar para llenar por completo este artículo y salpica el trabajo de cientos de artistas: Ray Charles, Police, Joan Baez, Fats Domino, Neil Diamond, Mamas and the Papas, Captain Beefheart, Elton John, Eric Clapton, Iggy Pop, The Eagles, Tom Petty, The Police, Nirvana, Sonic Youth, Guns & Roses, Eminem o Tupac Shakur.

Según el inventario «confidencial» de pérdidas elaborado en su día por Universal «un total de 118.230 activos quedaron destruidos» en el incendio, una cifra que incluye «unas 500.000 canciones». La compañía estimó el coste económico en 150 millones de dólares, pero su valor real se antoja incalculable. De los másteres se derivan todas las copias posteriores, inferiores en calidad sonora. Guardan los secretos de la grabación original y permiten a las discográficas lanzar ediciones remasterizadas.

Desde el principio, Universal Music ocultó el desastre en su archivo musical, almacenado en el Edificio 6197 de sus estudios. «No ha habido ninguna pérdida», le dijo uno de sus portavoces a la revista Billboard. La operación de encubrimiento tuvo tanto éxito que ni siquiera llegaron a enterarse la mayoría de los artistas afectados, muchos de los cuales se ven (y, sobre todo, se veían) obligados a renunciar a la propiedad de las grabaciones originales en los contratos que firman con las discográficas.

Universal Music, ahora propiedad de la francesa Vivendi, simplemente alquilaba entonces el espacio para su archivo a NBC Universal, su antigua matriz en Hollywood. A finales del 2009, la primera decidió demandar a la segunda alegando que descuidó la protección del almacén incendiado. Y de esa demanda empezaron a aflorar los documentos que han permitido saber que una parte esencial de la memoria musical del último siglo quedó reducida a cenizas.