Instruir deleitando fue el lema del teatro ilustrado. La cuestión era cómo llevarlo a la práctica. Convencidos de la capacidad del teatro para influir en las costumbres, eclesiásticos e ilustrados no confiaban en el teatro. Para la Iglesia la única solución era prohibirlo. Los ilustrados optaron por convertirlo en instrumento de educación. En 1817, casi cuarenta años después del incendio del Teatro del Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, sucedido el 12 de noviembre de 1778, se editó en Madrid las Poesías del padre Boggiero de Santiago que incluía el poema Al incendio del Coliseo de Zaragoza, en cuyos versos atribuía el desastre a la justicia divina motivada por las deleznables diversiones que ocupaban a las personas congregadas en el teatro. «Perdía Zaragoza su inocencia, / el alma y los sentidos; / los gustos prohibidos / y el néctar que las almas envenenan / bebía a boca llena. / Volaba en el teatro el regocijo, / deseos criminales / ardían en los pechos virginales, / cuando el decreto fijo / y el plazo señalado / habiendo ya llegado, / la mano de la eterna Providencia / a las voraces llamas dio licencia». Aquel día aciago para la ciudad, la compañía italiana de Giuseppe Croze representaba la ópera Artaxerxes de Metastasio.

Cuando se publicó el libro, Luis Rebolledo de Palafox y Melci, marqués de Lazán, ocupaba la Capitanía General de Aragón, tras la renuncia de su hermano José de Palafox en 1815. El padre Boggiero había sido el preceptor de los hermanos Palafox. Atento siempre a sus consejos, don Luis tuvo muy presente las recomendaciones que le hiciera sobre el teatro. El 16 de enero de 1818 notificó la creación de la Junta de Accionistas de la Casa de Comedias de Zaragoza para hacerse cargo de su gestión, que incluía la contratación directa de las compañías. Al mes siguiente, el marqués de Lazán suscribió tres acciones de 1000 reales vellón, cada una, y animó a autoridades, nobles y burgueses de la ciudad a hacer lo propio.

Siguió el encargo de un telón de boca -el tercero desde la inauguración del nuevo teatro en 1799-, a Cristóbal Garrigo, profesor de la Academia de San Luis, a la que presentó el boceto para su aprobación. Los académicos lo encontraron armonioso y bien expresado de concepto, si bien notificaron algunos cambios: «su composición podría haberse llevado más al centro de la tela habiendo colocado la figura de la Historia más hacia su derecha y para dicha mudanza, convendría inclinar las nubes a la derecha con alguna llamada de claro, tocar la ciudad con un poco más de viveza, bajar un poco la gruta y llamar por este medio la atención con el objeto de que la composición esté más equilibrada. El grupo de Minerva debe ser de mayor tamaño, ocupando el plano más inmediato a la vista y no se confundirán con las otras que representan mucha mayor distancia. El templo de la Fama se debe mirar de punto bajo, y no se debe hacer geométricamente». El artista recibió el informe el 5 de abril de 1818, y en julio se instaló el telón. La conservación del boceto en la colección del arquitecto José Manuel Pérez Latorre, autor de la última reforma del Teatro Principal, permite conocer el complejo programa iconográfico tan acorde con las reglas neoclásicas de la época.

Conscientes de la dificultad para comprender el contenido del telón, se decidió imprimir una hoja explicativa que ayudara al público a reconocer cada una de las figuras y el papel que representaban en la escena alegórica, introducida por los preceptos que debían guiar el teatro y habían determinado el encargo: «El teatro es la escuela de las costumbres y de las ciencias, y manifiesta el grado de ilustración y del buen gusto de los Pueblos: todos los objetos que se presentan en él deben deleitar a la vez a la vista y oído de los espectadores. La Junta Permanente que representa la Sociedad de Accionistas, penetrada de estas verdades, no omite medio para llenar al intento el objeto que se propuso desde su creación, y en tanto que puede llevar al cabo los deseos que la animan en la perfección de sus ideas, para hacer más agradable este recinto de las musas, presenta hoy a los ojos del público ilustrado y apreciador del mérito, un nuevo telón de boca, obra del célebre profesor D. Cristóbal Garrigo». Instruir deleitando. Una tarea que precisaba velar por la representación de obras de calidad que gustaran al público; algo ciertamente complicado. En todo caso, el principal objetivo, como denunció el padre Estala, era huir de «las monstruosidades que infaman nuestro teatro», prostituido por una «turba de copleros famélicos». El marqués de Lazán, adoctrinado por el padre Boggiero, se ocupó de poner orden. Y el pintor Garrigo realizó la imagen de un teatro atento a las reglas.

En los primeros días del estreno del nuevo telón, se distribuyó el impreso, que Manuel García Guatas dio a conocer junto al ya citado informe del boceto. Hoja en mano, el público espectador siguió las explicaciones: Zaragoza armada como «gallarda heroína» con las insignias de Palas, es conducida por Apolo -numen de la poesía- y por Talía -musa de la comedia-, al Monte Parnaso. Apolo le señala a su heroico pueblo y la tranquiliza «por esta libre ya de sus enemigos», animándola a unirse a las nueves musas para que «la instruyan deleitándola». Talía le muestra la fuente Castalia «donde puede saciar su sed científica»; allí, las musas Caliope, Erato y Polimnia cogen agua del Ebro, representado por la figura de un viejo, para extenderla por todo Aragón. En la zona intermedia, la terrible Melpómene, musa de la Tragedia, muestra su ira contra el grupo de personajes que ocupan la zona inferior del telón. Junto a Melpómene, Euterpe y Terpsícore, musas de la Música y de la Danza, destierran al ocio, «creador de todos los vicios». Arriba, Clío, musa de la Historia, escribe sobre la espalda del Tiempo; a su lado, Urania, musa celeste y de la Astronomía. En el extremo superior, Pegaso arranca el vuelo de la «peña que pisa la celebrada fuente de las ciencias llamada Castalia o Elicona, que significa el noble vuelo del entusiasmo que debe excitar la viva representación en el teatro, propiamente llamado el Espejo de las costumbres, de las bellas y nobles acciones, que germinando en las almas puras y corazones íntegros, los encumbra al templo de la Fama y Gloria, que se ve expresado en la cima del monte Parnaso».

El programa del telón -que se sustituyó en 1825 por el de Vicente García de Vera-, puede seguirse también en el boceto que Garrigo quiso dedicar a María Gabriela de Palafox y Portocarrero, marquesa de Lazán, cuyo escudo nobiliario aparece en la parte superior. La situación privilegiada de los marqueses, protagonistas de los dos Sitios de Zaragoza y fervientes defensores de Fernando VII, se complicó cuando en 1820 se proclamó la Constitución y el marqués fue sustituido en su cargo de Capitán General de Aragón y la marquesa acusada de conspiración contra los liberales. Siguió el traslado a Madrid, donde la marquesa murió en 1823. Quizás el retrato que Goya le hiciera en 1804 le ayudó a recordar que había sido una de las damas más distinguidas de Aragón.